LA FRAGUA DEL DUCADO DE GANDÍA POR LOS BORJA.
A comienzos del reinado de Carlos V, el duque de Gandía Juan de Borja y Enríquez era la primera fortuna nobiliaria del reino de Valencia.
Su ascendencia familiar, la de la familia del poderoso Rodrigo de Borja (el que llegara a ser el papa Alejandro VI), lo explica en parte. En 1485 el primogénito de Rodrigo, Pedro Luis, obtuvo por compra al monarca Gandía, núcleo urbano de una rica comarca donde florecía la producción azucarera por aquel tiempo. El rey don Fernando tuvo en Pedro Luis un servidor de sus empresas militares (estuvo presente en los combates de la toma de Ronda a los nazaríes), y le otorgó el título de duque y la jurisdicción correspondiente sobre sus posesiones. Además, concertó su matrimonio con María Enríquez, noble castellana vinculada familiarmente con los reyes.
El primer duque de Gandía murió joven en Roma en 1488, sin poderse casar con su prometida, y por testamento legó el ducado a su hermano menor Juan, que al alcanzar la mayoría de edad contrajo matrimonio con la Enríquez en 1493. Atentos a las circunstancias de la política italiana, tan cara a Aragón, los reyes cuidaron su alianza con la Santa Sede, entonces en manos de Alejandro VI. A su modo, Juan contribuyó a acrecentar la leyenda negra de los Borja. Acusado de entenderse con su cuñada y de no desempeñar debidamente las misiones que se le encomendaban, murió asesinado en 1497 en circunstancias detestables. Su cuerpo fue arrojado al Tiber, donde tuvo que ordenar su búsqueda su padre, el pescador de hombres según una cruel burla.
Su viuda doña María se hizo cargo de la regencia de los dominios de su hijo, Juan de Borja y Enríquez, y bien puede sostenerse que dio un giro a la trayectoria de la rama estrictamente valenciana de la familia. Cuando pudo se deshizo de la mejor manera de los compromisos italianos de su vástago. Se centró en potenciar la vida espiritual del ducado, en una línea de reformas eclesiásticas paralelas a las emprendidas por Cisneros por aquella época. En 1499 logró la bula papal que erigía Santa María de Gandía en colegiata, y dotó a su cabildo con la suma de 300 libras. Con la mayoría de edad de su hijo, ingresó en 1511 en las clarisas de Gandía, de las que sería abadesa.
La manera de ser de cada una de las personas que rigieron el ducado de Gandía, no obstante, no impide apreciar la importante continuidad de una verdadera política de adquisiciones territoriales para acrecentarlo. Pedro Luis compró en 1486 Bellreguard y la alquería de Balaguer, y en 1487 Xeresa, Alcodar y la vall de la Gallinera. Juan, asimismo, no descuidó la compra de la vall de Ebo (1491), y de Llombay, Turís, el grao de Gandía y Corbera (1494). Bajo la regencia de doña María se adquirió Miramar y Castelló de Rugat con sus lugares en 1499, Almoines en 1500, y la baronía del Real en 1502. No se sabe con precisión la fecha de incorporación de Chella y Alcalá de la Ribera. También se pretendió el domino de Valldigna. Los pequeños señores, acuciados por deudas, fueron vendiéndoles a los acaudalados duques de Gandía, que también llegaron a recibir asignaciones o quitaciones sobre las rentas reales castellanas, como las del puerto seco de Requena a fines del siglo XV.
El ducado borgiano de Gandía constituye un ejemplo fehaciente de cómo el empleo del poder permitió ascender a algunos linajes del Renacimiento y alcanzar gran fortuna.