LA INCORPORACIÓN DE ALICANTE AL REINO DE VALENCIA.

03.05.2017 15:46

                

                Guerra en el reino de Murcia.

                A la muerte de Sancho IV en 1295, la guerra civil se enseñoreó de Castilla. El pretendiente al trono Alfonso de la Cerda recibió el apoyo interesado de Jaime II de Aragón, que codiciaba territorios como el reino de Murcia, del que entonces formaba parte Alicante.

                Entre 1296 y 1304 la guerra tuvo varias alternativas. Jaime II tomó al comienzo con celeridad plazas como la alicantina. Sus primeras medidas de ordenación de la Murcia aragonesa se estrellaron contra la reacción castellana de 1300-01, que forzaría al final la sentencia arbitral de Torrellas del 8 de agosto de 1304. Jaime II solo consiguió el triángulo formado por el campo de Alicante, el valle del Vinalopó y la vega baja del Segura, sin la capital de Murcia. Tampoco obtuvo Cartagena después de todo.

                El cronista Ramón Muntaner glorificó el asalto de la muralla del castillo de Alicante por el mismo Jaime II. Se arrojó a los perros al alcaide Nicolás Peris bajo la acusación de no aprovisionarla convenientemente según la Costumbre de España. Este ataque al castillo se explicaría por sus conexiones defensivas contra la más cerrada Villa Vieja, frente a la más desprotegida Villa Nueva o Arrabal. El rey aragonés tuvo la inestimable asistencia de prohombres locales como Ramón Sacoma, Jaume Bernat y Pedro de Savardú. Rico hacendado de la huerta y en Busot, dentro del término municipal, Sacoma destinaría 3.000 sueldos murcianos en 1300 en un legado al templo de Santa María. Bernat también formó parte de este grupo oligárquico. Savardú había hecho fortuna con inversiones inmobiliarias. Fueron favorecidos por Jaime II, al igual que a Berenguer de Puigmoltó, que secundó el ataque de aquél y desempeñó distintos oficios en estas tierras.

                Sobre la rapidez de la conquista se ha sostenido que fue posible por la nutrida presencia de gentes originarias de los dominios aragoneses, aunque muchos se guiaron más por conveniencia que por conveniencia. El estado de la Castilla de 1296 no resultó muy apetecible a los prohombres alicantinos.

                Una vez conquistada, Jaime II trató de ganarse la fidelidad de los alicantinos. Declaró su villa y castillo inseparables del patrimonio real. Para que la guerra no arrojara fuera de sus términos a muchos de sus mudéjares, les concedió la franquicia de peita y alfarda por dos años. El baile tutelaría la elección de su alamín con la potestad de administrar justicia según la ley islámica.

                Punto fuerte del nuevo dominio aragonés, el alcaide de su castillo tenía el deber de apresar a todos los desertores. Con el contraataque castellano, Jaime II exigió más y dio por terminada la exención del servicio en el ejército real. La franquicia de la lezda del paso del Molinell, lograda por el compromiso de defenderlo y de participar en las cabalgadas, se renovó en 1303 a cambio de rehacer las murallas de la plaza. La preservación de los privilegios a la castellana de los caballeros se logró entre 1302 y 1303 acentuando el imperativo de la residencia y ampliando los deberes comunitarios con guardias, atalayas, apellidos o reparación de caminos. Todo el que guardara sus bienes dentro de Alicante debía contribuir al mantenimiento de sus murallas, cuyo administrador y obrero nombraron los prohombres con el consentimiento del baile del reino de Murcia. En agosto de 1304 se intentó en vano que el rey compensara los gastos por la vigilancia fuera del término y por embargos comerciales.

                La incorporación al reino de Valencia.

                Entre 1304 y 1308 Alicante, junto a Orihuela y Elche, se encontró en los dominios aragoneses de más allá de Jijona, a veces llamados de Murcia en recuerdo del anterior reino. Los pobladores de orígenes castellanos y aragoneses intentaron mantener aquí las disposiciones que les resultaran más favorables. Doña Sibila, esposa de Pere Cuartal, consignó en su testamento de septiembre de 1307 la libre disposición de sus bienes según los fueros valencianos. En contra del parecer del baile, Jaime II mantuvo los privilegios castellanos de los caballeros locales.

                En diciembre de 1304, bajo la amenaza granadina, Jaime II instauró la procuración al Sur de Jijona. En marzo de 1305 el procurador del reino de Valencia se encargó de aquélla a título personal y nombró su lugarteniente en 1306 al fiel Berenguer de Puigmoltó.

                El 25 de junio de 1308 el monarca incorporó legalmente Alicante al reino de Valencia, cuyos fueros se convirtieron en el referente legal con una serie de puntualizaciones, herencia en parte de la precedente etapa castellana. Los caballeros podían intervenir en el gobierno municipal, el procurador (como el precedente merino) no podía entrometerse en la vida local, se aceptó la tahúlla (unos 1.118 metros cuadrados) como unidad de medida agraria, los maridos podían denunciar y castigar el adulterio, las subastas se iniciarían desde cien sueldos, la pena de la cuarta parte sobre las deudas se rebajó a un décimo, y el oficio de justicia se retribuyó con 600 sueldos anuales y con 300 su ayudante (superiores a los del originario reino de Valencia) para ganar el aprecio de los prohombres. En mayo de 1305 se quiso compensar de las pérdidas por la incursión granadina a Ramón de Mirambell con el justiciazgo, una responsabilidad que comportó a veces inconvenientes como la excomunión del obispo de Cartagena en 1311 por motivos seculares. La separación del antiguo reino murciano no comportó la del obispado de Cartagena, de obediencia castellana, origen de no pocos litigios y futuras reclamaciones.

                El reducido territorio de la procuración y la amenaza granadina aconsejaron su incorporación al reino de Valencia. En la primavera de 1308 Jaime II instó a la evacuación de la Villa Nueva de Alicante, que quedaría circunscrita a la Villa Vieja. Los alicantinos se resistieron a ello y el mandato no prosperó.

                El peso de Alicante al Sur de Jijona.

                En 1309 la plaza alicantina fue base de operaciones del rey de Aragón contra la Almería nazarí, uno de los principales puertos del emirato nazarí. Su empeño no tuvo éxito y Alicante quedó en la frontera de los dominios aragoneses, en una situación expuesta en numerosas ocasiones.

                Dentro de la procuración, Orihuela ganó la delantera a Alicante, muy agotada tras la guerra entre castellanos y aragoneses, pues no recuperó los 2.000 sueldos empleados en la edificación de la bastida de Mula. Entre 1307 y 1308 la concesión del diezmo, de los ingresos de la tahurería y de los mudéjares no compensaron los gastos de fortificación. La piratería y el corso perjudicaban la vida comercial alicantina. Algunos caballeros abandonaron Alicante por sus heredades de Orihuela.

                En la década de 1310 la situación mejoró un tanto, pero la capitalidad de la procuración recayó en Orihuela. En las donaciones de 1321 para la conquista de Cerdeña Alicante contribuyó con 12.000 sueldos valencianos frente a los 20.000 de Orihuela.

                Fortuna y mentalidad de los alicantinos.

                Gracias a la conservación de algunas mandas piadosas en beneficio de Santa María y de San Nicolás en menor medida podemos acercarnos a la realidad del Alicante de la época.

                Entre 1301 y 1310 se destinaron unos 1.309 sueldos valencianos a tales legados, que disminuyeron a 558 en la siguiente década. De 1321 a 1330 se alcanzaron los 1.600. Los 710 de 1331 a 1340 nos indican los comienzos de las dificultades asociadas a la Baja Edad Media. La década del comienzo de la conquista sarda fue la más afortunada, sin enfrentamientos locales de consideración. El tráfico mercantil entre el Sur de Francia y Castilla se animó a través del litoral del reino de Valencia. Los paños franceses y catalanes se cambiaron en Alicante por productos agrarios venidos de Castilla a través del corredor del Vinalopó.

                A comienzos del siglo XIV los obradores artesanos y las fincas rurales respaldaron mayoritariamente los legados piadosos, pero a partir de 1311 ganaron importancia los inmuebles urbanos y de 1320 los hilos de agua. Se separó la posesión de la tierra del agua que la irrigaba y medio hilo llegó a valer 600 sueldos. La agricultura comercial lo fomentó. Gil Sánchez llegó a ofrecer cuatro arrobas de aceite de veinticinco libras cada una para las lámparas de Santa María y San Nicolás con la garantía de cuatro tahúllas de viña en la partida de Tautanell. En el espacio de la huerta florecieron alquerías como la de Lirien, cercana al moderno caserío de la Santa Faz.

                Los repobladores cristianos implantaron aquí el modelo de la economía celestial del Purgatorio, la de consignar fondos para misas con las que ganar la absolución lo antes posible. Ante Dios la causa de los fieles era abogada por Santa María y una pléyade de santos patronos como, por orden de prelación, San Pedro, San Miguel, San Antonio, Santa Catalina, San Blas o San Andrés. Ni San Juan Bautista ni San Nicolás, el actual patrón de Alicante, son citados expresamente en la documentación de entonces.

                También se difundió la antroponimia europea actual, con apellidos que nos desvelan orígenes familiares, lugares de procedencia y oficios. Entre los nombres masculinos encontramos el de Bernat con diez menciones, Ramón con ocho, Pere con seis, Joan y Guillem con cinco cada uno, Berenguer con cuatro, Jaume y Francesc con tres cada uno, Tomás y Baldoví con dos y con una Simón, Ferrán, García, Gil, Alamany, Nicolau, Arnau, Llorenç y Guerau. Se hace evidente la preferencia por la onomástica del Císter de San Bernardo. Los nombres de mujer no acusan la misma carga religiosa ni regularidad: Benvinguda, Margarida y Saurina se mencionan dos veces cada una y una sola Romia, Sibila, Subirana, Jordana, Constanza, Blanca, Guillamma y María.

                Estas gentes se identificaron finalmente con la tierra de Alicante. Hubo sacerdotes que abandonaron sus quehaceres diarios por un buen día de caza en sus entonces agrestes parajes y hubo arrendatarios de parcelas de la pequeña huerta cercana a la Villa Nueva, como los Bonivern, que con el tiempo dieron nombre a parajes como la rambla que serpenteando por la ladera del Benacantil desciende hasta la playa del Cocó o del Alcocó. Por encima de reyes celebrados en avenidas y estatuas, ellos fueron los verdaderos forjadores de Alicante.