LA JAPONESA EMBAJADA TENSHO EN ALICANTE (1584-85). Por Víctor Manuel Galán Tendero.

13.08.2020 17:04

                Desde siglos, las tierras valencianas han sido recorridas y visitadas por gentes de variada condición. Procedentes de Murcia, llegaron a Alicante en diciembre de 1584 los japoneses Mancio Ito o Ito Mansho (el llamado príncipe poeta) y Miguel Chijiwa, verdaderos representantes de un poderoso grupo de daimios o grandes señores nipones ante la Europa católica.

                

                   Mancio Ito, por Tintoretto, con quince años.

                La llegada de aquellos jóvenes del Sol Naciente, formados en el seminario de Arima, representaba todo un éxito de los activos jesuitas. Su visitador general de las misiones de las Indias orientales, el padre Alessandro Valignano, convenció al respecto a los daimios Omura Sumitada, Otomo Sorin y Arima Harunobu a que enviaran una representación al Papa.

                Si en 1571 se contabilizaron unos 30.000 cristianos en Japón, en 1580 habían ascendido a 150.000. Aspirante a regir Japón, el poderoso Oda Nobunaga (tipo ciertamente cruel) consideró de gran utilidad contar con los jesuitas en su enfrentamiento con los bonzos budistas. En el ataque al monte Hiei llegó a matar a 20.000 de ellos.

                Otros daimios también apreciaron el catolicismo como fuerza política. Omura Sumitada se convirtió en 1563 con el nombre de don Bartolomé y cedió a los jesuitas la portuaria Nagasaki, en la que el comercio portugués logró gran relevancia. Obligó a sus gentes por la fuerza a tomar la nueva fe, con una actitud muy propia de la época, en la que la inclinación religiosa del gobernante determinaba la de sus súbditos imperiosamente. Antiguo monje budista, el daimio Otomo Sorin se hizo católico en 1578, haciéndose llamar don Francisco. En don Protasio se convirtió en 1579 el también daimio Arima Harunobu, cuyo hijo sería con el tiempo un perseguidor de católicos.

                Este círculo señorial, con importantes lazos familiares, mandó la llamada embajada Tensho, con los citados Mancio Ito y Miguel Chijiwa, acompañados de Julián Nakaura y del jesuita Diego de Mesquita, verdadero tutor de los jóvenes e intérprete imprescindible.

                En 1582 zarparon de Nagasaki con destino a la lejana Europa, cuando Felipe II ya se había convertido en el rey de Portugal y sus extendidos dominios ultramarinos. Siguieron los caminos del océano de los navegantes portugueses, haciendo escala en Macao, Malaca, la India y el cabo de Buena Esperanza, hasta alcanzar Lisboa. Desde allí se dirigieron a Madrid, donde fueron recibidos con grandes honores en la Torre Dorada de su Real Alcázar por la corte de Felipe II.

                Don Felipe ordenó que se les dispensaran honras regias en todos los lugares por donde pasaran. De Madrid pasaron a Alcalá de Henares y encaminaron sus pasos hacia la ciudad de Murcia, donde el obispo portugués Almeida había establecido en 1555 el primer colegio de los jesuitas en España. Según el padre de la Compañía Luis Frois, pensaban embarcarse en Cartagena con dirección a Italia.

                En la ciudad de Murcia levantaron una gran expectación. Los visitantes japoneses se sintieron vivamente impresionados por el monte de las Ermitas, donde los jesuitas disponían de sus casas de reposo y reflexión. Se cuenta que los nipones llegaron a perseguir con sus catanas a un eremita al que confundieron con un diablo de sus creencias.

                Problemas de seguridad determinaron que el embarque a Italia se hiciera por Alicante, donde pasaron las Navidades. Ya en el siglo XVIII, los padres jesuitas Juan Bautista Maltés y Lorenzo López dieron en Ílice ilustrada noticia de ello:

                “Por el diciembre de 1584 llegaron a Alicante D. Mancio Ito y D. Miguel Cinguiza, embajadores japones. Aquél por el rey de Bungo D. Francisco, muy cercano deudo suyo, y este otro por el rey de Arima D. Protasio y por el de Omura D. Bartholomé, primo del uno y sobrino del otro. Venían acompañados de dos señores principales del Japón, D. Julián de Nacaura, de sangre real, y D. Martín de Fara. Llevaban en su compañía al R. P. Jaime de Mezquita de la Compañía de Jesús. Venían de la célebre embajada de parte de sus reyes al rey de las Españas y pasaban a Roma a la del Sumo Pontífice.

                “Por orden del rey fueron admitidos todos estos señores con las demostraciones de mayor alegría y fiesta en todas las ciudades de España, por donde transitaron, como también en Italia de sus príncipes y en el Estado de la Iglesia de los gobernadores del Papa. Mas en nuestra ciudad fueron recibidos con grande festejo, esplendor y lustre, celebrando su venida con varios fuegos y otros entretenimientos de regocijo, que les dieron mucho gusto, y ellos mostraron su agradecimiento con expresiones reconocidas de su ánimo. Visitóles la Ciudad en forma y les cortejaron mucho los eclesiásticos y todos los caballeros, y aunque el rey a cuesta de su Real Tesorería les hizo toda la costa, hasta salir de este puerto sin embargo la Ciudad les regaló liberalísimamente con muchos dulces, dádivas y otras preseas. Estuvieron hospedados en las casas de Diego de Caisedo, tesorero y receptor de S. M., y en 6 de enero de 1585, después de haberles arrojado dos veces a este puerto las tempestades, tomaron puerto en Liorna.

                “Hicimos honorífica mención de estos ilustres señores, no solamente por la novedad de tan célebre embajada, sino también porque D. Julián de Nacaura, habiendo vuelto al Japón su patria, entró y tomó la sotana de la Compañía de Jesús y dio glorioso fin a su vida con la ilustre palma del Martirio de Nagasaki a 21 de octubre de 1633 con el penosísimo tormento de las Cuevas. Así también el P. Mezquita, después de 38 años, que con inmensos trabajos y peligros cultivó la religión cristiana en el Japón, fue condenado al destierro en la persecución universal de aquel reino, y quebrantadas las fuerzas murió en el camino a 4 de noviembre de 1614.”

                Desde el puerto de Alicante alcanzaron el de Livorno. Por la ruta de Florencia, llegaron a Roma, donde el Papa Gregorio XIII los recibió el 23 de marzo de 1585, poco antes de fallecer. La embajada alcanzó gran nombradía en la Europa de su tiempo y el propio Mancio Ito llegó a ser nombrado caballero de la Espuela de Oro. Cuando en julio de 1590 los jóvenes regresaran a Japón, había cambiado la situación del catolicismo. Toyotomi Hideyoshi, el señor ahora preponderante, lo consideraba una amenaza. En 1587 había ordenado la expulsión de sus dominios de los jesuitas, vistos como una avanzadilla del poder extranjero de Felipe II y del Papa. Se iniciaba un tiempo de grandes tribulaciones para el catolicismo japonés.

                Ya entre los alicantinos, lejanos a los vaivenes de los católicos nipones de la Edad Moderna, las noticias de la embajada Tensho de Maltés y López inspiraron en 1944 al abogado José Guardiola una simpática ocurrencia. En sus Conduchos de Navidad, describió los suculentos platos degustados por los visitantes del Japón en los banquetes navideños, brillando con esplendor la gastronomía de Alicante. Empleando un castellano antiguo en su redacción y llegando a envejecer papeles para dar mayor verosimilitud, atribuyó la obra nada más y nada menos que al cocinero de Felipe II Francisco Martínez Montiño, datándola en 1585. Al fin y al cabo, el Extremo Oriente ha movido la curiosidad y el ingenio europeos en numerosas ocasiones.

                Fuentes y bibliografía.

                José Guardiola, Gastronomía alicantina. Contribución al estudio de la tradición culinaria comarcal, Alicante, 1944.

                José Guillén Selfa, La primera embajada del Japón en Europa y en Murcia (1582-1590), Murcia, 1997.

                Juan Bautista Maltés y Lorenzo López, Ílice ilustrada. Historia de la muy noble, leal y fidelísima ciudad de Alicante. Edición de Mª L. Catalá y S. Llorens, Alicante, 1991, pp. 318r-319r.

                Antonella Romano, Impresiones de China. Europa y el englobamiento del mundo (siglos XVI-XVII), Madrid, 2018.