LA LABORIOSA FUNDACIÓN DE LA ORDEN DE MONTESA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

25.08.2019 22:44

               

                Las órdenes militares, como la del Temple y la de San Juan del Hospital, tomaron parte en la conquista del reino de Valencia, pero la supresión de la orden de los templarios en el concilio de Vienne el 2 de mayo de 1311 creó una situación harto delicada. Jaime II de Aragón, que tuvo que lidiar con los problemas derivados de ello, pretendía no perder autoridad y bienes, así como mantener sus defensas valencianas. La Santa Sede había decidido transferir los bienes del extinto Temple a la de San Juan, pero los monarcas de Aragón, Mallorca, Castilla y Portugal podrían fundar con aquéllos nuevas órdenes militares.

                Jaime II, bien consciente de la oportunidad, envió embajadores a Clemente V a tal efecto, invocando la necesidad de una orden en Valencia frente a las acometidas musulmanas. Lograría sus propósitos de Juan XXII gracias a los buenos oficios de su embajador Vidal de Vilanova.

                La nueva orden debería de tomar el hábito y la regla de Calatrava o en su defecto de otra como la de San Salvador. Entregaría el monarca de su patrimonio el castillo de Montesa, que se erigiría en cabeza de aquélla al emplazarse en la frontera. Aunque los privilegios y las gracias fueran los de Calatrava, su signo distintivo sería la cruz negra y no la verde calatrava. Los conventuales valencianos elegirían en lo sucesivo su maestre. Jaime II solicitó del Papa la cesión de los bienes de Calatrava en Valencia para la nueva orden.

                La negociación cobró brío en abril de 1317. El maestre de Calatrava podía visitar o inspeccionar la orden avisando previamente al abad de Santes Creus o de la Valldigna. El nuevo maestre, nombrado por el Papa, y el abad de Santes Creus convocarían diez frailes de Calatrava para la elección del primer maestre. Como tal disposición recortaba su capacidad de maniobra, Jaime II solicitó que fuera el abad el que nombrara el primer maestre.

                Para reforzar su posición, el rey concedió a la orden la iglesia parroquial de Montesa concedida con las mismas preeminencias que el obispado de Valencia. El maestre debería designar su presbítero para atender a la feligresía.

                El Papa concedió los bienes de Calatrava, pero al principio no todos los del Temple. El rey tomaría también finalmente los de San Juan en el reino valenciano, excepto la iglesia del hospital de Valencia y Torrente, a cambio de dejarle los de los templarios en Aragón y Cataluña. Con estos mimbres, se fundó la orden de Montesa el 10 de junio de 1317. Refiere Hipólito Samper que la consideración por los cistercienses de Santes Creus no condujo al rey Jaime II a entregarle la visitación de Montesa a su abad.

                Para hacer efectiva la fundación se tuvo que recurrir al maestre de Calatrava, nada complaciente. El abad de Benifasá intentó convencerle que acudiera a la elección, pero solo condescendió a que fuera el comendador de Alcañiz  como su procurador el 11 de junio de 1319.

                El 22 de julio se nombró en Barcelona a Guillem d´Erill como primer maestre de Montesa. Antes de salir de la ciudad condal enfermó de cuartanas y murió en Peñíscola, pero la orden de Montesa estaba llamada a gozar de una larga vida.

                Fuentes.

                Fray Hipólito de Samper, Montesa ilustrada, Valencia, 1669.