LA PEDRADA QUE PUDO ESTABLECER LOS LÍMITES DEL REINO.

02.03.2017 15:24

                

                La caída de la ciudad de Valencia a manos de las fuerzas de Jaime I fue una resonante victoria para la casa de Aragón. No solo el monarca incorporó unas ricas tierras que constituyeron un nuevo reino, sino que muchos caballeros lograron una importante recompensa en forma de donaciones de bienes inmuebles. Unos 480 caballeros, sin contar los grandes magnates, recibieron heredades en la conquistada tierra valenciana con el compromiso de servir militarmente al rey en grupos de cien en cien cada dos meses.

                Un gran señor como don Ramón Folc de Cardona llegó tarde a la toma de Valencia y solicitó al triunfante monarca, entonces eufórico, emprender una cabalgada o incursión en lo que se consideraba el reino de Murcia, territorio andalusí que entonces comprendía áreas de la actual provincia de Alicante. En el tratado de Tudillén de 1151 se había reservado a la conquista de los reyes de Aragón, excepto las fortalezas de Lorca y Vera, pero en el 1179, por el tratado de Cazorla, aquéllos prefirieron renunciar a la misma a cambio de no prestar vasallaje a los monarcas castellanos.  

                La expedición ponía en tela de juicio lo acordado, algo que entonces no inquietó a Jaime I, con un Fernando III ocupado en la conquista del valle medio del Guadalquivir, según se desprende del estudio de su famosa Crónica, el Llibre dels feits. En otros pasajes de la misma, don Jaime se muestra como un atento cumplidor de las conveniencias con la monarquía castellana. En este caso se escudaría tras el carácter particular de la expedición, que le ayudaría a dibujar los límites del reino en ciernes, cuando al Sur del Júcar todavía se erguían importantes poderes musulmanes.

                Don Ramón llegó acompañado de cincuenta caballeros, contando a los suyos y a sus parientes, lo que conformaba el núcleo de una poderosa compañía dotada de una movilidad apreciable. A la empresa se sumó un veterano de la frontera, don Artal de Alagón, el hijo del magnífico don Blasco, gran veterano en la conquista valenciana. Aquél había frecuentado las tierras murcianas y era un buen conocedor del terreno para guiar los pasos de la expedición. Se supone que a la compañía incorporaría sus propias fuerzas y que solicitaría la parte alícuota de lo conseguido en campaña.

                Antes de las grandes campañas reales, los ataques contra las posiciones musulmanas de Valencia habían consistido generalmente en cabalgadas que pretendían minar su capacidad de resistencia. En 1223 Fernando III se había valido de semejante procedimiento para presionar a la autoridad islámica de Valencia. Sin las iniciativas de las huestes municipales y los campeadores la llamada Reconquista hubiera carecido de su más afilada punta de lanza.

                El primer objetivo de la compañía se ubicó en las vecindades de Biar, en Villena, donde se había emplazado una mansión o posada romana de la Vía Augusta. Aquí los expedicionarios podían hacer daño, objetivo confeso del ataque, y en sus cercanías los caballeros se dispusieron para la batalla. Habían avanzado con tanta rapidez como sigilo y solo entonces decidieron armar o acorazar a sus caballos, una de las grandes bazas de las fuerzas cristianas desde Tierra Santa a Hispania.

                Atacaron Villena como si tratara de un torneo, con arrojo y de improviso según la Crónica de Jaime I. Se llegaron a hacer con el dominio de las dos terceras partes de la llamada villa, pero no lograron hacerse con el punto fuerte del que arrancaría el castillo de la Atalaya, sobre el monte San Cristóbal, reforzado por los almohades. Los cristianos se tuvieron que retirar llevándose mucha ropa de las casas saqueadas, lo que viene a informar de paso sobre la importancia del textil y del comercio en la Villena musulmana.

                Los expedicionarios emprendieron el camino de Sax entonces, siguiendo la ruta de la Vía Augusta, que sin lugar a dudas favoreció su cabalgada. Nuevamente lograron entrar en su villa con éxito y se hicieron con el dominio de una parte importante de la misma, aunque su enriscado castillo se les resistía.

                Cuenta la Crónica que un musulmán arrojó desde un terrado una piedra contra don Artal, que destrozó su cabeza pese al casco, el capell de ferro. Derribado de su caballo y sin vida, fue sacado de Sax por sus compañeros de armas, que privados de tan experto guía y considerando los daños que podían sufrir decidieron regresar. La expedición no había rendido los esperados frutos, reducidos a la carne del ganado tomado a los musulmanes para alimentarse. Podemos especular que de no haber caído el de Alagón, quizá se hubieran encaminado hacia Elche o Alicante.

                ¿Por qué Jaime I incluyó el breve relato de esta cabalgada en su Crónica? Ante todo para demostrar que su acierto para rendir plazas a los musulmanes era mayor que el de sus nobles, combinando pacientemente presión militar y negociación. Era un aviso para todos los hombres de frontera, al modo cidiano, que quisieran emprender acciones por su cuenta y riesgo, como Guillem de Aguiló, que al frente de una compañía de almogávares infringió daños a los musulmanes acogidos a la protección real. Cuando don Jaime retornó de Montpellier, condenó su acción y parte de los almogávares buscaron acomodo bajo el rey de Castilla Fernando III.

                Otro aspecto es el de los límites de sus conquistas. En 1238 pervivían importantes poderes islámicos al Sur del Júcar, como la ciudad de Játiva, y Jaime I pronto se encaminó a la conquista del valle de Bairén, en la actual Safor. Allí declinó el ofrecimiento de la encastillada Alicante, según su Crónica, pero Villena (en la vecindad de Biar) no parecía un incumplimiento de lo acordado con Castilla, al menos de forma tan evidente. En 1240 los súbditos del Conquistador se hicieron con el dominio de Villena, que en 1244 pasó a Castilla por el tratado de Almizra. Queda en pie la duda de cómo hubiera sido aquel trazado de límites de haber tenido éxito la incursión de Folc de Cardona y Artal de Alagón.