LA POLÍTICA NAVAL MILITAR DEL REINO DE VALENCIA.

28.01.2018 15:29

               

                En los siglos XVI y XVII el reino de Valencia estuvo atento a los movimientos de las galeras, las características naves de las aguas mediterráneas. A las de sus monarcas o de sus aliados, como las de Génova, tuvo que abastecerlas de grano y de otros víveres, mantener a veces a sus galeotes y dispensarles ayuda en caso de necesidad. Desprenderse de la preciosa carga de las barcas de trigo no era algo grato para las autoridades valencianas en tiempos de dificultades, pero a veces resultaba inevitable, pues al fin y al cabo de aquellas galeras dependían las comunicaciones de tropas entre España e Italia, además de la seguridad de su espacio marítimo. Desde los puertos de las regencias otomanas en el África del Norte, como Argel, y de los de la Francia mediterránea partieron severas amenazas que se tuvieron que enfrentar con los medios al alcance.

                En aquel tiempo el reino de Valencia no figuraba en la Monarquía hispánica con una flota de galeras al modo de Nápoles, y dentro de la misma se limitó fundamentalmente a auxiliar a sus escuadras mediterráneas. Su diputación del general invirtió sus fondos en el fortalecimiento de las defensas que jalonaban su extendido litoral, como las conocidas torres de vigilancia. Las milicias municipales permanecieron atentas a los desembarcos enemigos. Se diría que el reino de Valencia cumplía el planteamiento que sostuvo el gran historiador Braudel, el del encastillamiento de la Cristiandad ante las incursiones de los otomanos y de sus aliados.

                La vocación marinera no faltó, ni de lejos, entre los valencianos, que también tomaron parte en acciones corsarias. Sin embargo, la última gran acción en la que figuraron galeras valencianas como tales fue la de la Cruzada animada por Benedicto XIII en 1398-99, cuyas campañas en colaboración con los mallorquines concluyeron de manera decepcionante.

                Construir una galera y equiparla para una campaña no era ni barato ni tarea fácil. En 1376 el armamento en Valencia de las galeras Santa María y San Vicente, que darían escolta al Papa en su viaje a Roma junto a naves catalanas y mallorquinas, costó unas 4.289 libras, conseguidas gracias a los oficios de la Generalidad, y en particular del ciudadano Pere Joan (hermano del diputado Jordi Joan), buen conocedor del mundo de los negocios locales. Para armar diez galeras en 1354 frente a los genoveses se emplearon 2.564 libras, avanzadas por hombres de negocios como el consejero judío del rey Yehuda Alatzar de Valencia, que aportó 1.500. Para reunir el número de galeras necesario se recurrió a los patronos valencianos, que alquilaron sus servicios, un recurso muy habitual en los reinos europeos del siglo XIII al XVIII a la hora de emprender sus campañas navales. Técnicamente, la diferencia entre una embarcación militar y otra comercial no era apreciable en la Baja Edad Media, algo que favoreció este tipo de operaciones y de transferencia de función.

                No obstante, el vicealmirante de Valencia Berenguer de Ripoll, lugarteniente del capitán general Bernardo de Cabrera, no se hizo a la mar en 1355 sin reforzar su dotación. Se contrataron cómitres encargados de dirigir las maniobras navales y de imponer el orden en las naves, así como cuarenta y nueve ballesteros y doscientos setenta y tres remeros, procedentes de puntos como Valencia, Alcira, Murviedro, Segorbe, Teruel, Calatayud, Tarazona o Manresa, que posaron en albergues reconocidos. Gil García lo hizo en la Morería de Valencia. No se recurrió a galeotes forzados, procedentes de las prisiones, a gran escala, y hasta cuatro juglares convocaron a las gentes por Valencia, lo que nos indicaría la disposición de individuos en el mercado laboral de la ciudad a despecho de la gran peste de 1348. Servir en las galeras, al igual que participar como almogávar en una cabalgada, era un medio de lograr una retribución extraordinaria, más allá de las tareas agrarias.

                Si asignamos a cada una de las diez galeras un número igual de remeros, se contabilizaría un mínimo de veintisiete bancos por nave, unas dimensiones que corresponderían a una pequeña galera o galeota, lo que explicaría los costes superiores de la empresa de 1376, rodeada de no poco boato. Desde el reino de Valencia se optaría desde mediados del siglo XIV por una estrategia naval pragmática, atenta a los costes de personal y de construcción, interrumpida solo en circunstancias puntuales por mandato real. En ocasiones, nobles como Joan Roís de Corella en 1453 armaron una galera, en este caso para combatir naves castellanas que surcaban las aguas valencianas. Las oportunidades brindadas por la economía valenciana en los siglos XV y XVI mermaría el número de remeros, demasiado expuestos a los peligros del mar por otra parte. Antes de la entronización de Carlos V, los valencianos estrecharon lazos con la naviera Génova. La afluencia de cautivos en naves castellanas, portuguesas o de otras procedencias a los activos puertos del reino de Valencia no haría urgente el recurso al corso a tal efecto. Desde Alfonso el Magnánimo, la monarquía preferiría en las urgencias los préstamos de la ciudad de Valencia a los más condicionados abonos de la Generalidad, que prefirió invertir en la defensa estricta del reino más que en empresas más generales. Cuando en las Cortes de 1604 el reino se comprometió a mantener por tiempo indefinido cuatro galeras para la defensa del litoral, su opción militar en los mares ya estaba tomada desde hacía tiempo.