LA QUEJA DE DESATENCIÓN REAL ANTE LOS OTOMANOS.
En 1609 los moriscos fueron expulsados del reino de Valencia y a continuación de otras tierras españolas. Una de las razones que se esgrimieron fue que ponían en riesgo la seguridad de la España cristiana, pues actuaban como confidentes y auxiliares de los corsarios argelinos, en la órbita del imperio otomano.
El duque de Lerma, el valido de Felipe III, había auspiciado una campaña contra Argel en 1601. Marqués de Denia, había sido virrey de Valencia y conocía bien el problema. Sin embargo, su empeño fracasó. Las fuerzas argelinas prosiguieron desafiando a las españolas en el Mediterráneo Occidental de los años siguientes.
En septiembre de 1619 los argelinos saquearon Oropesa. Se apresaron a muchas personas y se profanaron las Sagradas Formas. La guerra religiosa al modo corsario proseguía con la virulencia de las pasadas décadas. Quinientos musulmanes desembarcaron al mes siguiente en la playa de Burriana, pero fueron detenidos por fuerzas de Castellón y Cabanes.
En aquellas circunstancias los mercedarios se afanaron en redimir cautivos, y en septiembre de 1620 solicitaron ayuda en Valencia antes de marchar en misión a Argel. El de Lerma había sido sucedido en el valimiento del pusilánime Felipe III por su hijo el duque de Uceda. Con el consejo de diplomáticos enérgicos, la Monarquía hispana envió fuerzas a los Habsburgo de Viena en los primeros momentos de lo que terminaría convirtiéndose en la guerra de los Treinta Años. Los españoles pudieron apuntarse el éxito de la batalla de la Montaña Blanca en noviembre de 1620. Sin embargo, entre muchos de los súbditos valencianos la sensación no era de triunfo precisamente. Al respecto comentó el dietarista Pere Joan Porcar:
“Es ciertamente gran calamidad de estos reinos que el turco tenga tan gran poder y sujeción sobre los mismos, que le tributan tanto cada año sin tener rey que mire por semejantes desastres que diariamente le cautivan gran parte de los suyos, que con poca providencia lo remediaría si quisiera teniendo tantos hijos y tan leales vasallos en los reinos de Aragón, que de los de Castilla no se habla.”
La sensación de desprotección, con cierto anticastellanismo, es clara. Se estaban gestando las futuras tensiones entre los pueblos de la Monarquía a fines del reinado de Felipe III. Ante las nuevas del saqueo aquel mes de una ciudad de Calabria, añadió:
“Y nuestro señor rey, que Dios guarde siempre, está adormilado y amodorrado y sus vasallos lo sufren.”
La situación era grave. Ibiza aparecía acosada por los turcos y Valencia envió fuerzas de socorro. La duquesa de Gandía había abandonado su villa por temor a un ataque. En medio de este ambiente de pesimismo, en octubre de 1620, un espía norteafricano confesó que en Argel había aprestada una fuerza de sesenta naves de 10 a 12.000 hombres para atacar Valencia, con la ayuda de los musulmanes locales. La expulsión no había disipado los miedos a la quinta columna y se temió que los cautivos ayudaran a quemar la capital valenciana. Al final fue todo aire, pero los peligros y las sensaciones de desprotección prosiguieron por largo tiempo.