LAS ALTERACIONES EN LA COMUNIDAD DE MORELLA (1683-87).
En el siglo XVII los municipios valencianos tuvieron que atender a los requerimientos de dinero y de soldados para los frentes de guerra de la Monarquía hispánica. Entre 1640 y 1659 la guerra alcanzó plenamente a Cataluña y la contribución del reino de Valencia ganó en importancia. La firma del tratado de los Pirineos con Francia no supuso el inicio de una era de paz, pues Luis XIV no dio tregua a una España cansada.
La distribución de la carga causó no pocos problemas, especialmente en los lugares en los que la convivencia comunitaria se encontraba maltrecha por razones muy diversas. Desde 1638 las aldeas de Morella pretendían separarse de la villa, con la que mantenían una relación difícil, al igual que sucedía en otras comunidades de villa y aldeas de la Corona de Aragón. En las aldeas morellanas tuvieron mucha importancia los masovers o campesinos que cultivaban las tierras de un propietario. Algunos se hicieron con una mediana fortuna y aspiraron a escalar posiciones tanto en su aldea como en toda la comunidad.
Durante la amenaza de las tropas de Luis XIII de 1648-50, los aldeanos se movilizaron militarmente, en parte con la intención de ver reconocidas sus pretensiones. Sin embargo, las cuentas municipales no se revisaron debidamente desde 1658 a criterio de las aldeas, que se sintieron agraviadas y excluidas de la toma de decisiones.
Durante muchos años el conflicto se canalizó por vías legales, bajo el arbitraje del Supremo Consejo de Aragón, pero a partir de 1683 la violencia ganó protagonismo, en unas alteraciones que ya fueron relatadas por el historiador decimonónico José Segura Barreda, que hizo partir la cadena de incidentes a partir de un altercado durante la celebración de los populares bureos o celebraciones de los habitantes de las masías durante las largas noches de invierno, con música y chanzas.
El bureo celebrado en la masía de Colomer en la Navidad de 1683 dio pie a una disputa entre los mozos de la partida de San Marcos, muchos de ellos leñadores y carboneros, y los jóvenes agricultores de la Vega. En varios puntos de la Península, el retroceso del bosque fue parejo a la expansión de las artigas, sin que se respetaran debidamente las ordenanzas municipales que intentaban conciliar la labranza con la preservación de la masa forestal. Aquí unas supuestas burlas encendieron una lucha de bandos entre los aldeanos de ambas parcialidades.
Sin lugar a dudas, el mundo de las aldeas de Morella adolecía de conflictos muy propios, pero la actuación de la denostada justicia municipal tuvo el efecto de que dejaran a un lado sus querellas los aldeanos y unieran en la medida de lo posible sus fuerzas contra la villa, objeto de su resentimiento. Las cuestiones de honor, tan propias del Antiguo Régimen, exacerbaron la hostilidad. En las fiestas del Sexenio de 1684, los labradores se negaron a ir en la procesión detrás de los artistas, entre los que se comprendían los denostados notarios, por considerar que su mayor número les otorgaba la preferencia.
Durante la guerra de las Reuniones (1683-84), los franceses tomaron la estratégica plaza de Luxemburgo a la Monarquía hispánica, que nuevamente se vio entre la espada y la pared. Las peticiones de ayuda económica tensaron la cuerda en muchos puntos. En Morella, la situación alcanzó su culmen en la primavera de 1685. El 27 de mayo unos trescientos masovers (provistos no pocos con armas de fuego) tomaron al asalto al amanecer las puertas de la villa y se hicieron con el control del castillo, insuficientemente defendido por soldados que habían sido mutilados por el combate. Los aldeanos conocían bien las carencias de protección de una villa de perfil inexpugnable, y su ira se desató contra los dirigentes municipales, que se acogieron infructuosamente a la protección de sus viviendas. Llegada la situación a este extremo, era costumbre que las comunidades religiosas llamaran a la calma. Los franciscanos gozaban de predicamento entre las gentes de las aldeas y junto con los agustinos arrancaron un precario acuerdo, que nos permite conocer el origen del descontento.
Los alzados exigieron el cambio de vegueres, la exclusión de los notarios del consejo municipal, la restitución de las cantidades exigidas por las pérdidas de la villa, dar cuenta de la gestión de los últimos veintisiete años, la insaculación de gentes de las masías, la obligación de oficiales y consejeros de defenderles, y la garantía para sus vidas y haciendas. Como se ve, muchas de sus reivindicaciones eran políticas y se relacionaban con la gestión de los tributos, en la que los municipios de la época tuvieron enorme protagonismo.
En vista del equilibrio de fuerzas conseguido por el golpe, los jurados de la villa accedieron, pero pronto escribieron a las autoridades superiores de lo acontecido. El 29 de mayo acudió a Morella al gobernador Jaime Borrás con las fuerzas de los municipios de Castellón y Villarreal, y el 6 de junio con las de Moncófar y otros lugares el juez de la Audiencia Juan de la Torre. La precaria paz con Luis XIV permitió esta movilización, que concentró en la villa una fuerza de hasta 530 soldados, reforzados con los jóvenes de la villa convocados a sometent.
Conscientes del peligro, los aldeanos escaparon de la persecución de tales fuerzas acogiéndose a los terrenos más escarpados. El estado de inseguridad de la Tierra de Morella se mantuvo hasta septiembre de 1687, cuando los oficios del obispo de Tortosa alcanzaron resultado. La lucha armada se detuvo, pero en 1689 las aldeas de Morella elevaron al Consejo de Aragón nuevamente su pretensión de ser villas.
El conflicto de la comunidad de Morella se inscribe en un tiempo de cambio para el reino de Valencia, en vísperas de la abolición foral de 1707, cuando una parte de sus gentes intentó mejorar sus condiciones de vida. Precisamente en 1693 estalló la Segunda Germanía en las montañas de la gobernación de Játiva. Entre los masovers morellanos y los labradores que cultivaban las tierras de los expulsados moriscos había diferencias derivadas de la situación geográfica y legal de sus respectivas localidades, pero también afinidades como el deseo de mejorar su fortuna dentro de un reino en el que la referencia a la ley gozaba de no poco predicamento. La conflictividad social de la Valencia del XVII no se sustanció solo a través del bandolerismo, sino también de insurrecciones rurales como las que van de 1683 a 1693.