LAS FORTALEZAS DEL REY.

20.12.2015 13:51

                Los castillos todavía dominan el paisaje de muchas localidades valencianas, de una manera u otra. Muchas veces representan su perfil más simbólico. Estas fortalezas no dejan de ser el vestigio del sistema amurallado que hasta el siglo XIX ciñó nuestras poblaciones y su historia es la de la de la guerra en Valencia.

                Cuando Jaime I se enfrentó a la organización de su nuevo reino, una labor no menos difícil que la de ganarlo al imperio almohade en descomposición, tomó buena nota de sus experiencias de sus años mozos, en un momento en el que las parcialidades nobiliarias menoscabaron la autoridad regia. Los grandes señores y sus caballeros erigieron fortalezas y dirigieron ataques contra sus rivales sin grandes reparos. Incluso se insolentaron más allá de lo permisible con el propio monarca.

                

                El nuevo reino de Valencia no debería de ser una réplica de sus Estados primigenios y Jaime I ordenó que nadie sin su licencia alzara una fortaleza en su montaña bajo pena de derrocamiento. La amenaza se nos antoja más teórica que real, pero incidía en la superioridad de su autoridad.

                

                En la Europa de las Cruzadas se había desarrollado tanto el arte de la fortificación como el del asedio, como vinieron a demostrar las batallas entre franceses y anglonormandos. Maestro en el arte de la rendición por asfixia y negociación, Jaime I conocía perfectamente el valor de las catapultas, no siempre fáciles de montar y de poner en buen funcionamiento, como comprobó en el cerco de Burriana. De todos modos, la catapulta podía favorecer una toma rápida de una pequeña fortificación, perjudicando gravemente el poder real en un territorio más o menos extenso. Volvió a exigir su licencia para elaborar o disponer de una catapulta so pena de perder el puño o bien de pérdida de todos los bienes. Del artesano que armaba se pasaba al señor que concertaba su armamento en un plano simbólico que demuestra el cambio social y económico en la Europa del siglo XIII.

            

                También prohibió don Jaime todo traslado o empleo de medios artilleros contra alguien. Hoy en día hablaríamos de intentos de ahogar el suministro de armas y de deseos de no proliferación. Tanto en un caso como en el otro se deberían de satisfacer los perjuicios al damnificado y al propio rey el duplo de la cantidad en un verdadero y temprano ejercicio de monopolio de la violencia, si bien tampoco el propio monarca podía dar licencia para tales traslados. Don Jaime pensó en que unos sucesores menos determinados socavarían su obra.

                

                Muchos castillos y no pocas murallas del reino de Valencia no presentaban un buen estado. Requerían importantes cantidades de dinero de las que no siempre se disponía oportunamente. En Valencia la monarquía adoptó generalmente el sistema de tenencia de las fortalezas a costumbre de España, que las ponía condicionalmente en manos de un alcaide de confianza sin ningún tipo de otorgamiento feudal, aunque no siempre los alcaides se mostraron a la altura de las expectativas ni los fondos que recibieron sirvieron para cubrir los gastos de guarnición y de armamento adecuadamente.

                Las incursiones granadinas, tentando a la población mudéjar al alzamiento, y la guerra de la Unión que conmovió al reino a las puertas de la gran epidemia de peste de 1348 probaron las fortalezas del rey, pero la guerra contra la Castilla de Pedro I lo hizo a un nivel mucho más severo. Las huestes del monarca castellano se apoderaron de fortalezas como las de Alicante y pusieron en serios apuros a la propia ciudad de Valencia.

                

                La combinación de diplomacia y buena suerte evitaron la conquista castellana de una buena parte del reino, pero la experiencia dejó al ya maduro Pedro el Ceremonioso una amarga lección. En un momento en que ya no se discutía su autoridad, ordenó disponer cadenas en los ángulos de las murallas de las ciudades para evitar brechas. Tampoco permitió en teoría edificar al lado de la muralla de la expansiva ciudad de Valencia. Su foso defensivo también debería de respetarse antes que las torres de Serranos ofrecieran su característica fisonomía. Todo edificio que no cumpliera lo dispuesto sería derrocado, aunque expresamente se exceptuaron los monasterios de San Vicente y del Real.

            

                Para garantizar la protección de la capital del reino, cuyas nuevas murallas impulsó de 1356 a 1370, mandó derrocar las murallas de puntos secundarios relativamente cercanos como Benaguacil, Ribarroja, Villamarchante, Bétera y Montroy. Tampoco quiso que se reedificaran los castillos del Puig y de Paterna. El enemigo no debería de disponer de elementos de apoyo contra el corazón político del reino.

                

                Los enfrentamientos entre bandos del tiempo del Interregno que concluyó en el compromiso de Caspe, los enfrentamientos con trasfondo dinástico con la Castilla de Juan II y la gran rebelión de las Germanías no alteraron en lo sustancial el sistema de lucha de posiciones de la Baja Edad Media, pero sí el enfrentamiento con el imperio otomano. Desde su base de Argel movilizó importantes recursos navales y artilleros que pusieron en jaque las defensas hispanas.

                En 1547 la propia monarquía tuvo que aprobar ante los representantes del reino la disposición de dos piezas de artillería en Peñíscola, el artillamiento de Cullera, la fortificación de Villajoyosa y el alzado de una torre en el cabo de Cullera y otra en el de Oropesa. Se trataba de un programa de mínimos que no fue capaz de poner solución al problema. Las nuevas murallas de Alicante, asimismo, todavía se alzaron con torres cúbicas que poco tenían que ver con la arquitectura abaluartada.

                

                La fuerte arremetida otomana a mediados del siglo XVI exigió una actitud más comprometida, mucho más allá de las campañas puntuales contra el África otomana. En 1552 se aprobó un nuevo impuesto sobre la seda que el reino exportaba, de 17 dineros por libra, con destino a la fortificación y armamento del reino. En 1564 se aprobaron nuevas medidas de fortificación.

                En teoría el virrey giraba una visita o inspección técnica a las defensas del reino, proponiendo soluciones al Consejo de Aragón, que las sometía a la decisión del rey. La Diputación del General o Generalidad sufragaba parte de los gastos y los municipios otra con sus fondos. Figuras tan sobresalientes como Juan Bautista Antonelli trabajaron para Felipe II.

                

                Los turcos cayeron derrotados más allá de Lepanto a causa de sus contradicciones internas y la Monarquía hispánica se enfrentó a otros enemigos hasta 1714. Ingleses, holandeses y franceses (vitales para los negocios valencianos) amenazaron la costa del reino. En 1691 la armada francesa bombardeó brutalmente Alicante. Mientras Valencia prosiguió sustentando las fortalezas del rey en un tiempo de graves dificultades económicas, cuando las consecuencias de la revolución militar demostraron su cara más amarga. La nueva dinastía borbónica retomaría las fortificaciones con la intención de reafirmar su autoridad, antigua aspiración de la corona en estas tierras.

                Fuentes: Pere Hieroni TARAÇONA, Institucions dels furs y privilegis del regne de València, Valencia, 1580. Edición facsímil de París-Valencia de 2005, pp. 337-338.