LAS PUERTAS DEL REINO DE VALENCIA EN 1356.

01.02.2016 18:08

 

                En el verano de 1356 la guerra entre Pedro IV de Aragón y Pedro I de Castilla ya era un hecho. Con sus reclamaciones políticas y comerciales y sus irredentismos territoriales, se disputaba la hegemonía de la península Ibérica entre aragoneses y castellanos.

                

                La Castilla dividida por los enfrentamientos entre parte de su alta nobleza y su rey disponía de mayores fuerzas humanas y militares que Aragón, cuyo autoritario monarca tuvo no escasos roces con sus súbditos por la concesión de fondos. Estratégicamente la frontera entre ambas Coronas era muy alargada, lo que dio pie a distintas alternativas bélicas a lo largo del conflicto.

                El gobernador del reino de Valencia y Gilabert de Centelles se movieron con sus fuerzas contra las entonces plazas castellanas de Requena y Utiel, donde talaron las mieses. La decisión parecía acertada dada la cercanía de estos dos puntos a la capital del reino.

                Sin embargo, los castellanos no respondieron por este sector en aquel momento. A fines de agosto de 1356 el mismo rey de Castilla don Pedro había entrado en la villa de Alicante con doce galeras poco armadas y unos doscientos caballeros.

                El castellano disponía de la alianza en aquel momento del hermanastro de Pedro IV, el infante don Fernando, señor de Orihuela y Alicante, que realizaría preparativos militares contra Biar.

                Cuando el monarca aragonés conoció las noticias se indignó. La frontera meridional había sido quebrantada. Se llegó a aseverar que con cuatro galeras bien dispuestas se hubiera desbaratado al enemigo. Aun reconociendo la validez de la incursión contra Requena y Utiel, el rey se dolió que ello le restara fuerzas al gobernador de Valencia para contrarrestar al castellano en el Sur.

                La movilización de tropas no era cosa sencilla para Pedro IV, pese a haber ordenado al conde de Osona y al vizconde de Cardona a principios de septiembre que partieran con todas sus fuerzas, haciendo especial hincapié en las compañías de caballería. A las tropas de choque se deberían de sumar las de guarnición de los castillos de las marinas, dado que el despliegue naval de Pedro I había alcanzado hasta la isla de Ibiza, y de los pasos de la gobernación de Orihuela con el resto del reino de Valencia.

                Su sostenimiento económico no era cuestión baladí, ya que le obligó a negociaciones como las que sostendría con los representantes de los estamentos de Cataluña en Lérida a partir del segundo día de noviembre.

                Para repeler a las fuerzas de Pedro I se estimó oportuno disponer de una buena fuerza naval, algo que parecía asequible a la marinera Corona de Aragón. Sin embargo, solo se pudo contar con una flota de diez a once galeras por el momento, muy costosa de mantener además de cara a la cercana temporada invernal en los mares.

                Ante esta circunstancia se optó por la prudencia. El rey don Pedro de Aragón no recomendó el 17 de septiembre grandes ofensivas, sino la astuta defensa en los pasos apuntados a sus servidores Berenguer de Codinachs y Arnau Joan, encargados de supervisar los pagos de sus tropas. Como las naves castellanas también se verían frenadas por la estación, lo mejor sería asoldar cincuenta caballeros del maestre de Montesa, una modesta pero sólida unidad de combate acomodada a las difíciles circunstancias financieras y militares.

                Los esfuerzos por mantener el honor de la casa de Aragón, que parecían condenados al fracaso al comenzar el otoño de 1356, fructificaron finalmente. La toma de Alicante no se había traducido en su reintegración a los dominios directos de la Corona de Castilla, sino que fue puesta en manos del infante don Fernando, que no gozaba de grandes simpatías entre los alicantinos. A principios de noviembre los infantes don Pedro y don Ramón Berenguer la consiguieron recuperar. Mientras tanto en la otra puerta del reino de Valencia, en la Siete Aguas encarada a Requena, se dispuso una bastida con cincuenta soldados. Defender los accesos del reino resultaba caro y complicado en una guerra que dio tantos giros como la de los Dos Pedros.