La pólvora cambió rotundamente los campos de batalla de Europa y del mundo, pero también contribuyó a igualar un tanto las tornas, un tanto. Generalmente, se ha venido sosteniendo que el bravo caballero podía caer por el tiro de alguien más modesto. Sin embargo, la pólvora también limó otras distancias sociales.
El gremio de polvoristas de la ciudad de Valencia, en 1690, reconoció a las viudas de sus maestros diversos derechos. Podían mantener abierto su establecimiento o botiga para vender todo clase de género, y contar con los servicios de un oficial y un aprendiz.
También correrían con las tachas y los pagos correspondientes, manteniéndose la condición mientras durara la viudedad.
Expresamente se les autorizaba a ofrecer castillos o fuegos artificiales para las fiestas de iglesias o de calle, que por entonces ya habían arraigado en los gustos de las gentes de Valencia y otros puntos. Las señoras pirotécnicas hicieron al respecto su buena aportación.
Fuentes.
Isabel Amparo Baixauli, Els artesans de la València del segle XVII. Capítols dels oficis i col.legis, Valencia, 2001, p. 113.