LOS AGERMANADOS ANTE CARLOS I. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Las Germanías no surgieron de la nada en el reino de Valencia. No fueron un estallido de furia aislada, sino la culminación de una manera de encarar problemas muy arraigados.
Desde la Baja Edad Media, el común de los vecinos de muchos municipios valencianos se enfrentó con los privilegios de los caballeros, las exigencias tributarias del monarca y los excesos de los gobiernos oligárquicos. Si en el siglo XIV tales conflictos alimentaron la Unión, el absentismo real y los costes de la política exterior de la monarquía los agravaron en el XV.
La llegada del joven Carlos I a los reinos hispanos dio ocasión de plantear más de un problema. El nuevo monarca podía ser ganado para la causa. Así lo pensaron los agermanados, que el 6 de enero de 1520 enviaron como embajadores a Joan Caro, Joan Llorenç, Guillem Sorolla y Jeroni Coll a Barcelona, donde se encontraba Carlos.
Habían decidido saltarse al gobernador del reino y a su consejo, y apelar directamente al monarca, al que se le harían las debidas reverencias como señor: se le besarían los pies y las manos en su nombre y en el de todo el pueblo.
En ocasiones se ha sostenido que los agermanados plantearon un conflicto más social que político, a diferencia de los comuneros. Sin embargo, tenían ideas políticas muy claras y sabían cómo reformar las instituciones.
El objetivo de todo gobierno era preservar el bien de la república (la sociedad organizada) y del común, de un pueblo que no podía ser tratado de manera servil por gozar de sus propias leyes y privilegios. Su pretensión no era acabar con el rey y con los caballeros, sino que se sometieran a las Cortes y a las autoridades municipales respectivamente. De hecho, dijeron esperar la llegada de Carlos I al reino de Valencia y que celebrara Cortes según lo preceptivo.
Como fieles súbditos del monarca, pedían justicia, una idea muy arraigada en la Baja Edad Media. Se diría que los agermanados fueron continuadores de pensamientos y opiniones políticas arraigadas en la Valencia de inicios del siglo XVI, y que su verdadera ruptura estuvo más en su actitud desenvuelta.
La movilización militar de las cofradías, la de los adecenamientos, se justificó invocando lo dispuesto por Fernando el Católico frente a la amenaza musulmana y a la alborotadora juventud de una ciudad de Valencia propensa al vicio, según su sentir. Las inoportunas exacciones tributarias, el abatimiento comercial y la carencia de moneda se pensaban solventar con el nombramiento de un menor número de responsables municipales, los trece.
Para llevar a cabo tal revolución en nombre de la autoridad real y de la fe se necesitaba la aprobación de Carlos I en Cortes, antes de que marchara de los reinos hispanos. Oportunamente, los embajadores le recordarían tanto lo que había hecho ya en Aragón y en Cataluña como el sentimiento de abandono de sus fieles súbditos valencianos.
Todo movimiento político debe jugar la carta de la propaganda si quiere triunfar, y los agermanados blandieron la de la fidelidad a un joven rey que al final no quiso coronar su revolución.
Fuentes.
Vicent J. Vallés, La Germanía, Valencia, 2000. Documento 3, pp. 322-327.