LOS ARBITRARIOS REPARTIDORES DEL BOTÍN DE GUERRA.

11.09.2016 16:37

                

                La guerra en tiempos medievales careció del carácter idealista que a veces presuponemos. Los caballeros no se batieron habitualmente por el honor de sus damas y el dinero ocupó un destacado lugar en su corazón. Estos especialistas del combate compartieron a veces las mismas apetencias que otros guerreros del común, que a su vez se sintieron subyugados por la vida caballeresca. En los reinos hispánicos de la Baja Edad Media los más intrépidos almogávares se convertían en adalides de sus municipios y aspiraban a ingresar en las filas de la pequeña nobleza.

                Bajo este punto de vista el botín atesoraba un valor que iba más allá de lo meramente material. Era la muestra de un carácter tan aguerrido como afortunado, merecedor de honor. Su distribución se reguló según el uso y costumbre de la guerra en el reino de Valencia, un conjunto de disposiciones que se remontaban a los fueros de Cuenca y Teruel. Se aplicaron especialmente en la frontera meridional valenciana, la de la gobernación de Orihuela, que formaba parte del castellano reino de Murcia antes de 1296.

                Los participantes en una expedición o cabalgada recibían la parte del botín según el valor invertido (en caballos y equipamiento militar) y el arrojo mostrado. Tenían derecho a ser compensados por sus heridas y sus pérdidas. Los encargados de valorar estos aspectos y de repartir lo conseguido subsiguientemente eran los cuadrilleros o comandantes de las cuadrillas en las que se estructuraba la hueste o fuerza municipal.

                En 1364 Pedro IV de Aragón y Pedro I de Castilla cruzaron armas por el predominio peninsular. Las fuerzas del castellano apretaron con reciedumbre los dominios del aragonés y desde puntos como Orihuela se lanzaron cabalgadas contra los partidarios de Pedro I. El propósito era dispersar la fuerza del enemigo y devolverle los golpes, pero el 24 de septiembre de 1364 Pedro IV tuvo que resolver desde Zaragoza un enojoso asunto, que amenazaba con paralizar sus expediciones rápidas.

                Los cuadrilleros no aplicaban debidamente la costumbre de la guerra y retenían el botín logrado con el esfuerzo de todo el grupo. Los vecinos de Orihuela, avezados almogávares, se quejaron a su rey, que estableció que en lo sucesivo el reparto se practicaría en presencia de su adalid y en su ausencia de su procurador municipal y de sus jurados. La guerra era un asunto concejil primordial y no era cuestión de dejar abandonados sus frutos a los codiciosos repartidores.