LOS CONDICIONANTES MILITARES DEL REINO DE VALENCIA.

25.07.2019 16:19

                       

Un reino de conquistadores.

            Entre los siglos X y XI se produjo en líneas generales un giro copernicano en la Historia de las relaciones entre pueblos y civilizaciones. La Europa feudal y cristiana fue repeliendo con éxito a sus rivales húngaros y musulmanes. Los vikingos o normandos iban adaptándose a los usos de aquélla. En la cuenca del Mediterráneo, los poderes cristianos pasaron a la ofensiva y la entrada en la ciudad de Valencia de Jaime I en 1238 fue aclamada como una gran victoria. En un ambiente de Cruzada, nacía el reino de Valencia, en el que de todas maneras se toleró la presencia de comunidades mudéjares según los modos de su tiempo.

            Su conquista había atraído a personas de distintos puntos de los dominios de Jaime I e incluso de más allá, pues las tierras valencianas tenían fama de ricas. Se formaron compañías para participar en la empresa, que dejaron su impronta en la nueva sociedad. A mediados del XIII, una compañía dirigida por un comandante podía contar con cuarenta caballeros, que tenían a su disposición sendos escuderos y servidores. Con ochenta bestias de acarreo y batalla, podían alinear cinco caballos ligeros y quince armados de forma pesada.

  La carga militar.

            Las iniciativas de caballeros y almogávares habían permitido la conquista, pero la obligatoriedad del servicio militar al rey se convirtió en una pesada carga. Las distancias encarecían el mantenimiento de los caballos de campaña y los botines podían ser hurtados por los riesgos del combate. Las campañas reales contra granadinos, castellanos, navarros y franceses se convirtieron en un estorbo para los colonizadores del nuevo reino. A cambio de un donativo de 60.000 sueldos, la ciudad de Valencia fue exonerada de la hueste y la cabalgada en 1286, ratificándose en 1309. Solo deberían de acudir sus vecinos a la defensa de la urbe o del reino en circunstancias concretas. De este modo, los reyes iban a contar con sumas de dinero que les permitieran asoldar fuerzas más eficaces.

            Los municipios, con todo, no se quitaron de encima la carga militar. Sus vecinos estaban obligados a formar parte de la hueste local, ordenada en decenas y centenas fundamentalmente. También debían cuidar de sus defensas a través de la institución de la Fábrica de Muros y Fosos, que gestionaba las sisas impuestas sobre la compra-venta de distintos productos. Tales sisas municipales terminaron financiando los donativos pedidos por los reyes para sus empresas mediterráneas, como la conquista de Cerdeña o el dominio del Estrecho.

 El imperativo de la frontera con el Islam.

            Aunque careciera de frontera directa con el emirato de Granada, el reino de Valencia fue amenazado por las fuerzas nazaríes y de sus aliados norteafricanos. En 1337 fuerzas benimerines desembarcaron en la huerta de Alicante y al año siguiente se temió que invadieran todo el reino. Pedro IV de Aragón unió fuerzas a las de Alfonso XI de Castilla, que derrotó a los benimerines en la batalla del Salado en 1340. Entre 1341 y 1344 se apoyó con altibajos el asedio castellano de Algeciras.

            La conquista de Granada movilizó al final todas las fuerzas de Castilla y Aragón. Los valencianos siguieron con vivo interés las campañas. A la conquista de Málaga acudieron el maestre de Montesa, el marqués de Denia o el conde de Cocentaina, con su nao armada. La aportación de nobles y municipios en la toma del primer puerto nazarí fue considerable y en 1490 Fernando de Aragón recompensó a Alicante con el título de ciudad. La toma de Granada fue vivamente festejada en todo el reino y se llegó a pensar en el dominio del Norte de África.

            Los triunfos de inicios del siglo XVI fueron dejando de paso a la inseguridad en el Mediterráneo, cuando la combinación de amenazas volvió a verificarse. Los moriscos, los antiguos mudéjares convertidos a la fuerza, fueron acusados de colaborar con las fuerzas de los otomanos, bien secundadas por el Argel de Barbarroja. En 1547 se consideró desprotegido el reino de Valencia ante las fuerzas islámicas, con responsables ausentes y tropas insuficientes. El estallido de la insurrección morisca en la Granada de 1568 alarmó sobremanera al reino, cuya costa se consideró desprotegida ante cualquier ataque otomano. Con todo, don Juan de Austria recibió en 1570 la ayuda de compañías valencianas, como la de Juan de Boíl, pues era preferible atajar el peligro lejos.

            Tras la victoria de Lepanto y la expulsión de los moriscos, el peligro berberisco no desapareció. En 1637 Calpe fue saqueada y se temió en 1642 otro nuevo ataque en las marinas. Se requirió la asistencia militar de distintos municipios, pero Játiva tuvo dificultades para destinar a la costa 200 hombres, pidiendo que se exigieran a las localidades cercanas repobladas tras la expatriación morisca.

 Un medio de promoción personal y familiar.

            A diferencia de los acostamientos castellanos, los pagos que daban los reyes para que los caballeros mantuvieran lanzas para sus huestes, las caballerías aragonesas aplicadas a Valencia consistieron inicialmente en rentas feudales sobre un área. Al compás de la exigencia de donativos a los municipios y de servicios a las Cortes, estos feudos de bolsa evolucionaron hacia retribuciones por servicios militares. Junto al dinero mismo, se alcanzaban oficios y distinciones de la monarquía, muy apetecibles para los ciudadanos honrados y los caballeros con ansias de promocionar.

            Los valencianos, junto a otros caballeros y burócratas de los reinos hispanos, participaron en las empresas mediterráneas de Alfonso V. Carreras como la de Eximèn Peres Roís de Corella, que logró el condado de Cocentaina, se cimentaron en tal servicio real. El maestre de Montesa Luis Despuig fue un activo negociador del Magnánimo en Italia y España. Los honores y los réditos conseguidos por unos pocos no fueron compartidos por todo el reino. Los municipios se endeudaron y la nobleza y otros grupos se batirían con saña durante las Germanías.

                Bajo los Austrias prosiguió tal servicio a la monarquía. Marcelo Cerdán, de familia de juristas, sirvió como capitán en Flandes, reputado como experto en fortificaciones. Fue apresado en 1597 en aguas de Marsella por naves bretones, con no poco revuelo en su Valencia local. El caballero de Montesa Diego Pareja Velarde también combatió en Flandes y ejerció el corregimiento de Salamanca, determinando que pagara más impuestos. Por sus servicios pidió una encomienda vacante de su orden militar. El valenciano conde de Real, virrey de Cerdeña entre 1604 y 1610, armó con personas de su confianza en 1605 una nave corsaria, que atacó buques venecianos e ingleses en tratos con los otomanos.

 El bandolerismo y su canalización.

            Duques como los de Gandía imitaron en su medida a los reyes, con sus servidores caballerescos y juristas. Esta promoción de la baja nobleza valenciana coincidió con un largo período de rivalidades entre bandos, que desgarraron la vida de numerosos municipios. Tales parcialidades afectaron incluso a los oficiales del rey.

            Una manera de neutralizarlos era canalizarlos hacia el servicio de las campañas reales. Los bandoleros combatieron a cambio del indulto en tierras italianas desde el siglo XIV al XVII.

            Otros delincuentes también fueron obligados a participar, como los galeotes. Las compañías reclutadas para las galeras en 1567 carecieron de buen orden y terminaron dispersándose. En 1581 se pidió al rey alzar compañías con mayor margen de maniobra y libertad.

 El pago de los ejércitos y el crédito.

                Las guerras facilitaron los negocios de prestamistas y de algunos productores. En 1344 los pañeros valencianos pudieron abastecer al ejército de Pedro IV en la campaña del Rosellón. Abrieron obrador en Valencia y otras localidades distintos productores de armas, desde ballestas a cotas de mallas.

                Armas, bagajes, alimentos y soldados costaron sus buenos dineros y en 1345 los caballeros se negaron a pagar el préstamo forzoso para reducir la deuda de la ciudad de Valencia, requerida habitualmente por los reyes. Aquéllos unieron fuerzas con los de Játiva. El descontento con la política real cundió y en 1347-8 la Unión intentó poner coto a su autoritarismo.

            Afirmada su autoridad en el reino, prefirió muchas veces recurrir a los donativos municipales que a los servicios aprobados en Cortes. Játiva fue presionada para conceder un donativo de 1.500 florines en 1378 para el pasaje a Sicilia y la sumisión de Cerdeña, por mucho que quisieran los setabenses tratarlo en Cortes. La actitud de Morella y de la orden de Montesa fue determinante en 1414 para que Fernando I lograra donativos para dominar Cerdeña. Los subsidios de las Cortes, ciertamente cuantiosos, debían de recaudarse a lo largo de varios años, con importantes complicaciones de gestión. En las Cortes de 1626 se concedieron 1.080.000 libras para 1.000 voluntarios, cuya gestión se confió a la Taula de Canvis o banca municipal de Valencia, en lugar de a los tres brazos de aquéllas.

                En estas circunstancias, las haciendas locales acusaron un endeudamiento apreciable y se tuvo que recurrir al crédito. Los rescates de vecinos fueron lesivos, especialmente cuando las naves de las regencias otomanas atacaron la costa valenciana. Caballeros y ciudadanos honrados, grandes beneficiarios del favor real, formaron compañías de prestamistas, resarcidas con los impuestos municipales a veces. Sin embargo, caballeros como Bertomeu de Puigmoltó de Penáguila tuvieron en 1428 problemas para cobrar sus réditos.

La contribución de la Generalitat.

                Tuvo gran importancia el comercio en la vida pública valenciana y en las Cortes de 1362-3 se crearon las generalidades o impuestos sobre aquél para contribuir a pagar los gastos de la guerra con Castilla. En consonancia, la comisión parlamentaria encargada de gestionarlo fue la Diputación del General o la Generalitat.

                Las relaciones mercantiles con los dominios castellanos eran estrechas y en 1354 Pedro I de Castilla prohibió a los mudéjares de Abanilla, señorío de la orden de Calatrava, que llevaran a Orihuela pan, madera, carbón, esparto y otros elementos. Acuñados en Valencia desde 1369, los florines del cuño de Aragón sirvieron para hacer buenas compras en Castilla, por lo que los hombres de negocios valencianos pidieron en 1413 a Fernando I que no los devaluara. Con Alfonso de Aragón, marqués de Villena, hubo una estrecha relación por el trigo y los ganados. Cuando en 1398 fuera privado del marquesado por Enrique III de Castilla, las relaciones se enturbiaron y en 1403 la Generalitat fue capaz de alzar la voz para moderar la ruptura, lográndose un acuerdo en 1408.

                La Generalitat podía erigirse en la clave para la financiación de la defensa del reino valenciano. Sin embargo, la ciudad de Valencia no vio con buenos ojos su fortalecimiento y la opción de los donativos municipales se consolidó. En 1528, la Generalitat acumulaba impagos desde las Cortes de 1510, debiendo concertar préstamos onerosos en medio de un reino castigado por los efectos de las Germanías (destrucciones, composiciones o penas pecuniarias a los vencidos, etc.).

                Con estos condicionantes, la actuación de la Generalitat fue discreta. En 1595 no pudo asumir el programa de construcción de galeras en toda su magnitud, ciertamente caro. Las armas de su arsenal en 1625 eran escasas y debió recurrir a las depositadas en Denia. Aun así, su Casa de Armas tuvo que proveer a los soldados asoldados en 1627. Sintomáticamente, la gestión del donativo de las Cortes de 1626 se encargó a la Taula de canvis o banca municipal de Valencia y no a los electos de los tres brazos parlamentarios. En 1663-4 la Generalitat se encontraba endeudada, cuando al mismo tiempo se planteaban distintos arbitrios para enjugar la hacienda municipal valenciana. La capacidad militar del reino se resintió de ello.

 La participación en las guerras de los Austrias.

                El conde de Oñate acusó en 1640 a los caballeros valencianos de no participar con energía en el ejército real, cuando Castilla yacía postrada por la carga militar. Sin embargo, Pere Joan Porcar consignó veinte años antes que el gobierno del rey no atendía debidamente la seguridad del reino de Valencia, atacado en 1619 por los argelinos, que desembarcaron en Oropesa. Las guerras descosían las costuras de la Monarquía hispánica.

            El reino de Valencia estuvo en primera línea en la guerra contra los otomanos, alzando una red de torres de vigía del litoral, y contribuyó a las campañas de otros frentes. En 1636 el virrey Fernando de Borja y Aragón echó bando para que acudieran caballeros, ciudadanos honrados y letrados a las compañías ordinarias de la milicia, en una leva de tres soldados por cada cien hogares, aunque sin aceptarse que los familiares del Santo Oficio tuvieran la suya.

            La rebelión de 1640 en Cataluña y la entrada subsiguiente de tropas francesas en la Península provocaron una gran alarma en tierras valencianas. Las fuerzas de Felipe IV en el Principado fueron abastecidas de trigo desde Valencia en 1641. Varios ministros del rey juzgaron imprudente en 1643 que se requirieran 2.000 soldados valencianos para la campaña del año siguiente. Se temía una nueva rebelión. La situación del vecindario en plazas de armas como Peñíscola era dramática en 1645 y en 1646 la rivalidad era muy viva entre la oligarquía y la plebe de la capital. No estalló al final el descontento, pero en 1648 el virrey no pudo salir en campaña con la nobleza y los tercios del reino ante la caída de Tortosa en manos francesas, al carecer del socorro de cerca de 30.000 ducados.

            En suma, el reino de Valencia alzó a lo largo de su Historia importantes fuerzas, pero su organización fue acusando importantes limitaciones de medios, al compás de las exigencias crecientes de una Monarquía expansionista y cargada de compromisos.