LOS JUICIOS CABALLERESCOS EN LA VALENCIA DE JAIME I.

12.12.2015 14:04

                La conquista del reino de Valencia tuvo mucho de gesta caballeresca por no menos diplomacia que empleara el rey conquistador. Además de bienes, prometió prorrogar deudas a todos los campeadores que hicieran armas en la conquista y dio garantías para que ninguno de sus vasallos fuera atacado por otro de los suyos valiéndose de la ausencia. Bien podemos decir que Jaime I extrajo provechosas lecciones de la malograda tercera cruzada, que tanta fama y tan poco provecho proporcionaría a Ricardo Corazón de León.

                

                Consciente que las mesnadas caballerescas eran muy dispendiosas y a veces demasiado ocasionales, creó Jaime I una verdadera defensa en profundidad, la de los municipios facultados para disponer de sus propios caballeros y fuerzas armadas sin empacho del baile real. Bajo sus sucesores, como Pedro el Grande, ya se dio la necesidad de precisar su servicio ante la extensión de las campañas reales, que fueron mucho más allá de los límites valencianos.

                La ética caballeresca resultaba muy oportuna de partida para alzar estas fuerzas y acometer tales empresas, pero se temió que el espíritu guerrero terminara desgarrando la jerarquía social y la paz pública. Los torneos fueron una ordalía, como en muchos otros puntos de Europa, o juicio de Dios donde dirimirse asuntos que podían haber sido atendidos por un tribunal. La monarquía tomó cartas en el asunto, intentando mitigar los inconvenientes sin aniquilar la caballerosidad.

                De entrada solo podían acometerse individuos de la misma condición social (distinguiéndose entre caballeros, burgueses, villanos y campesinos). La misma corte de justicia habilitaría el campo de combate o palenque, disponiendo medidas de seguridad contra los infractores durante la lucha. Cada esquina sería custodiada por tres varones y a sus espaldas se dispondría un círculo de ciudadanos armados a caballo y a continuación otro desmontado. Los agentes o fieles de la corte se encargarían de valorar la semejanza física de los contendientes, midiendo pecho y extremidades.

                Los contendientes abonarían fianzas según su categoría social y dispondrían los que lucharan a caballo de la panoplia de casco, cota de mallas, escudo, lanza, dos espadas y dos mazas sin aguijón, vedándose armas como la mortífera daga llamada la misericordia, ya que se comprometían a luchar lealmente y sin engaños. La batalla se podía alargar, con los debidos recesos, hasta tres días y el vencido perdía sus fianzas, pasando la cuarta parte a los cofres reales.

                Siguiendo la ética caballeresca perfilada en el siglo XII, los campeadores no podían retar a huérfanos, viudas, clérigos o viandantes, lo que garantizaba la protección del comercio y de la Iglesia, los grandes perjudicados por las violencias caballerescas en Aragón y Cataluña en el pasado. Sin embargo, sí se podía retar a las claras al propio señor e incluso al rey, ejemplo de una justicia feudal con aspiraciones de cesarismo.

                Fuente: Pere Hieroni TARAÇONA, Institucions dels furs y privilegis del regne de València, Valencia, 1580. Edición facsímil de París-Valencia de 2005, pp. 331-335.