LOS SOLDADOS QUE ABORRECÍAN LOS MORISCOS.

05.07.2019 17:01

               

                El soldado no fue, generalmente, una figura apreciada en la Europa Moderna. Se asoció con una situación como mínimo opresiva, pues en términos contundentes requería de las poblaciones que protegía avituallamientos y alojamientos enojosos. Por entonces, las Monarquías no contaban con una red de acuartelamientos al modo actual para sus soldados mercenarios, de procedencia variopinta, pues los lazos afectivos con los naturales se contemplaban como contraproducentes. ¿Qué sucedería si soldados y paisanos hacían causa común por su tierra? Por otra parte, en las milicias de ciudades y villas solo se podía confiar en caso de alarma como fuerza de apoyo, a lo sumo, por su modesta preparación militar. El soldado era, en consonancia, una presencia tan necesaria como molesta.

                Las comunidades moriscas del ducado de Gandía y del condado de Oliva encontraron intolerable la presencia de soldados en vísperas de su expulsión. La tirantez era más que evidente. Firmada la paz con Inglaterra en 1604, las costas valencianas se veían amenazadas por las naves holandesas y argelinas, pero las tierras de Gandía padecían las más temibles correrías de los bandoleros.

                El 16 de diciembre de 1608 su duque y los moriscos llegaron a un acuerdo. Aquél retiraría los soldados a cambio de recibir mil ducados, con una salvedad. De necesitarse, se emplazarían en la villa de la Font d´en Carròs por el procurador y baile del duque un destacamento de seis soldados por dos meses. Con todo, tendrían vedado entrar a sus anchas en los domicilios particulares.

                Pocos meses después, los moriscos serían expulsados del reino de Valencia, pero los soldados continuaron siendo aborrecidos allí, hasta tal punto que en varias cartas pueblas posteriores se vedó su presencia. La profesión militar nunca fue fácil.