La baronía de Cortes era uno de los enclaves mudéjares del reino de Valencia a comienzos del siglo XVI. Las campañas de los agermanados forzaron su conversión oficial al cristianismo en un clima de enorme tensión.
Precisamente el barón de Cortes, don Luis de Pallás, se presentó ante sus vasallos musulmanes para convencerlos en nombre del rey don Carlos de las bondades del cambio, pero sólo encontró una amarga muerte. Su cuerpo fue vejado y arrojado a los perros. Tampoco lograron sobrevivir a las iras de los musulmanes de Cortes sus treinta y cinco acompañantes.
El ataque contra la autoridad real y la preeminencia señorial había sido más que notable. Carlos I penalizó a los ahora moriscos con el pago de 3.000 ducados durante doce años a los hijos del desdichado barón, mucho más útil que condenarlos a muerte.
Sin embargo, no pocos de ellos abandonaron la baronía por otras tierras del reino. Cundió el pánico entre sus representantes en Cortes, temerosos de que tan bravas gentes extendieran la rebelión.
En 1542 los tres brazos pidieron a Carlos I que durante doce años no se les admitiera en ningún otro lugar del reino de Valencia so pena de mil ducados para los que los acogieran. El interés particular de algunos no ponía reparos pese a la terrible imagen del señor devorado por los perros de sus vasallos. Todo un símbolo y todo un síntoma de la necesidad de brazos y de la gana de rentas.
Fuente: Furs de València. Extravagants, II, volumen XI. Edición de Germà Colón y Vicent Garcia Edo, Barcelona, 2007, CXXXIII, I, pp. 184-185.