MORELLA DESGARRADA POR LOS BANDOS.

13.12.2018 17:46

 

                Las ciudades y villas medievales no resultaron fáciles de controlar por sus propios señores, fueran prebendados eclesiásticos, encumbrados nobles o reyes. Disponían de sus propias autoridades y normas, a veces arrancadas en luchas porfiadas. Dotadas de recursos económicos y de una autoridad nada menospreciable, podían alzar tropas. En Italia fueron capaces de desafiar a grandes emperadores y de sostener costosas causas políticas. La Serenísima Venecia llegó a ser una de las primeras potencias de la Europa cristiana, con su poderosa armada y sus dominios coloniales en el Mediterráneo.

                Las urbes valencianas, por distintos motivos, no alcanzaron tales vuelos, aunque la capital del reino logró una importante fuerza económica y una destacada relevancia institucional. Plantearon sus vecinos más de un desafío al poder del monarca. Sin embargo, su principal talón de Aquiles residió en sus rivalidades internas, en sus banderías. Sus principales familias no se resignaron a compartir el poder local, e iniciaron verdaderas guerras capaces de durar décadas. Morella, en el Norte valenciano, no escapó a tales tendencias, cuando todavía era uno de los principales núcleos urbanos de su reino, con unos extensos términos que incluían aldeas o puntos subordinados como Olocau, cuyo justicia y jurados fueron amonestados en 1436 por la autoridad regia al haber sustanciado elecciones sin el debido permiso.

                En Morella disputaron los seguidores de la facción de los Ram, con miembros como Pere Ram en la cancillería regia, con la de los Ribera por la hegemonía local. En 1433 era el alcaide o responsable del fuerte castillo morellano el caballero Joan Ram, que no se privó de hacer una ostentosa demostración de menosprecio hacia sus rivales. En una sesión del consejo municipal insultó al jurado Pascual Ribera, llamándole cerdo. Tan ofensivas palabras quisieron ser vengadas por el intrépido sobrino del ofendido, Jaime Ribera. Su golpe no tuvo éxito, y huyó junto con sus seguidores de la villa, lo que en modo alguno sosegó el ambiente.

                Como los partidarios de las distintas banderías se mostraban irreductibles, la monarquía optó por nombrar justicia a un forastero, Joan Fernández de los Arcos, a pesar que no era natural del reino de Valencia al modo exigido por sus Fueros, según recordó el lugarteniente Juan de Navarra. Tal solución había sido adoptada en otras localidades aquejadas con problemas de orden público similares.

                Las disputas morellanas no se encauzaron en los años siguientes por la vía pacífica, a pesar de regularse el acceso de los clérigos a los oficios municipales. Los bandos fueron particularmente virulentos en 1446, y el justicia fue designado una vez más, con carácter trienal, por la monarquía, Eximen Pérez de Romaní en este caso. El autoritarismo real cabalgaba a lomos de una sociedad tan puntillosa como dispuesta a batirse por cuestiones de honor.