PARA LOS VALENCIANOS NO HAY CÁRCELES SEGURAS.

06.04.2017 19:00

                

                Tal aseveración fue hecha por el Consejo de Aragón un 22 de noviembre de 1694 ante el caso de un tipo verdaderamente duro de pelar, fray José Serra.

                Era un religioso lego de la orden de San Francisco, uno de aquellos encargados de tratar los asuntos mundanos para facilitar la vida contemplativa de los hermanos del coro. Ya antes de tomar el hábito fue cabeza de bandidos, tan habituales en el reino de Valencia de su tiempo.

                Al parecer, fray José dirimió más de una diferencia en el seno de varios conventos franciscanos valencianos, por las bravas. Estuvo detrás del asesinato por tiro de escopeta del guardián de Jesús en Valencia a manos de otro franciscano. También de la muerte del guardián del convento de Alcira por otro fraile de su parcialidad. En aquella España del pundonor, las diferencias se dirimían muchas veces con la peor de las violencias y los servicios de los bandoleros valencianos fueron requeridos en algunas localidades limítrofes castellanas. Las mismas males artes empleó fray José, que llegaron a conmover al reino.

                Algunos miembros destacados de la orden franciscana en Valencia le debían grandes favores y el hermano José vivía en Denia amancebado con una mujer y bien rodeado de delincuentes bien armados, a modo de un verdadero jefe mafioso.

                Se le tenía como un promotor de la violencia, pero sus superiores por razones legales y prácticas no autorizaron su prisión. Así que se capituló con dificultad su paso a Mallorca, isla de la que se fugó para volver a Valencia.

                Al pertinaz fray se le mandó lo mejor que se pudo a Cádiz, bajo la custodia del guardián de su convento franciscano. Al duque de Medina Sidonia se le puso al corriente del enredo y del reo, que no debía quedarse allí, sino embarcar en el primer galeón con destino a la más distante provincia de las Indias, yendo si fuera preciso de México a las lejanas Filipinas en el otro confín del mundo.

                Pronto los seráficos padres franciscanos alzaron su voz contra la medida cursada por el virrey de Valencia. En el archipiélago filipino fray José contagiaría sus inclinaciones a unos religiosos ya de por sí bastante asediados por las dificultades de la conversión de pueblos tan distintos de los católicos de España. Poco confiado en su integridad moral, el comisario franciscano propuso su reclusión en uno de los conventos españoles.

                A los padres superiores del reino de Valencia se les heló la sangre y al final el Consejo de Aragón ordenó su destierro, aunque fuera por vía del Perú, pues en las Filipinas carecía el acusado de conocimiento de la tierra y amistades para delinquir, una de las claves del triunfo del bandolerismo.

                La última referencia que tenemos del bandolero es que escapó de Cádiz en 1695. Las Filipinas no recibieron a tan embarazoso pasajero, pues definitivamente no había cárceles que pudieran retener a tales valencianos.