PEÑÍSCOLA, LOS INCONVENIENTES DE SER VECINOS DE UNA FORTALEZA.

08.12.2015 13:01

                La de Peñíscola, avanzada en el mar, ha sido una de las grandes fortalezas del reino de Valencia. Allí se refugió el Papa Luna y por allí pasaron muchos soldados a lo largo de los siglos.

               

                En 1576 el rey Felipe II aprobó el proyecto presentado tras larga elaboración por el virrey Vespasiano Gonzaga, que insistía en la modernización de sus estructuras defensivas en la era de la artillería. A pesar de la victoria de Lepanto, la monarquía hispánica tenía fundadas sospechas de la capacidad militar de los otomanos y de su regencia argelina, foco de corsarismo.

                En 1645 el plan virreinal distaba de haberse cumplido, con el agravante que el enemigo no provenía del Norte de África, sino de la vecina Cataluña, donde la rebelión había permitido avanzar a las fuerzas de Francia por tierra y por mar.

                Los ciento cincuenta vecinos encargados de sostener el castillo y fortaleza de Peñíscola se quejaron con amargura a través de sus representantes en las Cortes valencianas de 1645, en un tiempo de dificultades económicas generalizadas en el que el mantenimiento de la artillería les había causado una deuda de 12.000 libras.

                Por Peñíscola pasaron las levas, conseguidas penosamente, que se dirigían hacia el frente catalán, concretamente hacia Tortosa y Tarragona, generalmente en manos españolas. El gobernador de armas de la plaza ganó protagonismo en esta circunstancia, lo que enconó los ánimos de su municipio.

                El gobernador les tomó las llaves del castillo al justicia y a los jurados, de las que habían dispuesto hasta la fecha siguiendo el estilo de Vinaroz. La necesidad de soldados, tan desesperante en el acosado imperio español, había inducido al gobernador a proponer a los vecinos que tomaran plaza de tales, lo que habían aprovechado los más ricos para eximirse de cargas vecinales según el fuero militar. Los bagajes y los alojamientos atormentaban al vecindario, que no podían enviar a las tropas a las estancias de la fortaleza, todavía pendiente de mejoras. La carencia de cuarteles fue un severo problema en muchos lugares de Europa antes del siglo XVIII.

                Por si fuera poco el gobernador había obstaculizado el arrendamiento de la panadería y de la taberna para no encarecer el mantenimiento de las levas que se dirigían a Tortosa y Tarragona, aunque sí que había permitido (según los jurados) que los revendedores hicieran de las suyas en la fortaleza. Peñíscola se encontraba a la sazón muy endeudada, privada de los contactos regulares con Aragón para obtener granos, y la obligación de proveer al cuerpo de guardia con leña por valor anual de 70 libras era una espina más. La guerra empeoró la condición de sus vecinos y avanzó algunos de los inconvenientes cotidianos del régimen de tutela militar que se generalizaría en el reino de Valencia tras la abolición foral.

                Fuentes: Cortes del reinado de Felipe IV. II. Cortes valencianas de 1645. Edición a cargo de Lluís Guia Marín, Valencia, 1984, pp. 352-359.