SAL Y COSECHAS EN BURRIANA, LA DOBLE VARA DE MEDIR DE LA MONARQUÍA.
Sin la oportuna provisión de sal el desarrollo de la ganadería hubiera sido inconcebible en el pasado. Como no todas las localidades disponían de tan preciado elemento, los reyes y los poderosos se empeñaron en hacerse con su dominio exclusivo, con su regalía. En fecha tan temprana como la de 1240, Jaime I la instauró en la ciudad de Valencia.
Su sucesor Pedro IV llegó a prohibir la entrada de sal no valenciana en el reino, así como las salinas de los particulares. En 1370 unificó los precios de venta, a seis sueldos el cahíz a nivel general valenciano, con la particularidad de reducirlo a cuatro en Burriana.
Se había convertido por entonces esta localidad en un importante punto del mapa salinero valenciano, junto a la casa de la sal de Valencia, las salinas de la Albufera y las de La Mata. Su casa de la sal se emplazaba en la playa de su término. El baile se encargó de administrar la gabela de la sal, lo que no evitó sospechas de venta fraudulenta por los mismos encargados.
Y es que desde Tortosa a Burriana, entre 1377 y 1379, se acarrearon importantes cantidades de sal a cargo de transportistas locales, tortosinos, valencianos y alicantinos, como Bernat Lledó, lo que contribuyó a fortalecer la posición de Burriana.
En marzo de 1418, el rey don Alfonso amenazó a sus autoridades municipales por no permitir a los vecinos de Villarreal con propiedades en su término disponer libremente de sus cosechas, por temor a perder subsistencias en tiempos de escasez. El ser un importante núcleo de provisión de sal no aminoró el exclusivista sistema de control económico municipal, común al resto de localidades hispanas.
Sintomáticamente, la monarquía que se mostraba quisquillosa en hacer de respetar su regalía no lo era tanto cuando se trataba de preservar la de otros.