SERVIR AL REY EN UNA EUROPA EN GUERRA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

25.05.2025 11:54

              

               Emprender una guerra y proseguirla durante años es una tarea titánica. Los soldados, sus armas y abastecimientos consumen ingentes cantidades de energía humana y de dinero, que más pronto o más tarde deben de justificarse.

               Felipe IV fue un rey con poderes casi absolutos sobre el papel, pero a finales de su reinado encabezaba una Monarquía golpeada por muchos puntos. En aquellas circunstancias, no tuvo más remedio que apelar a la fidelidad de sus vasallos, un remedio harto socorrido y trillado. Sin embargo, su llamamiento de 1658 también se dirigió al reino de Valencia a través de su virrey don Luis Guillem de Moncada. Por entonces, la Corona de Castilla carecía de las energías de antaño, dirigiéndose las peticiones con mayor insistencia hacia otros reinos de la Monarquía.

               No se convocaron las Cortes del reino, a pesar de la gravedad extrema de la situación, pues se consideró que lo mejor era tratar con sus respectivas autoridades municipales, una auténtica pléyade de oligarquías con intereses muy arraigados. Miembro de la aristocracia que dirigía de facto el imperio desde hacía décadas, el de Moncada enunció en su carta del 19 de abril de aquel año los principales problemas internacionales.

               La pérdida de dos flotas a manos de los ingleses había ocasionado quebranto a la Hacienda, no pocos dispendios de seguridad en Andalucía y mayor atrevimiento enemigo. Los problemas en los Países Bajos y en Milán, puntos esenciales del poder hispánico en Europa, no eran menores, coincidiendo con el ínterin en el Sacro Imperio, cuando todavía debía decantarse la elección por la Casa de Austria. Tampoco los argelinos daban tregua en sus depredaciones, mientras la lucha proseguía en Portugal y en Cataluña. El tercio de Valencia servía precisamente en tierras catalanas.

               Las autoridades reales reconocían el valor de los dieciocho mil ducados con los que los valencianos habían servido a su rey, pero se les exigieron mayores muestras de fidelidad, especialmente por la mala situación del reino de Nápoles.

               Sintomáticamente, no se invocó en aquella petición la defensa del catolicismo, ni tampoco se hizo ninguna referencia a la justicia de la causa de la Monarquía. Se dieron por descontado, pero también se quiso hacer ver a los oligarcas valencianos que lo mejor era servir con presteza a las solicitudes del rey en el frente catalán que en otros. En una Europa en la que católicos y protestantes se iban acostumbrando a colaborar puntualmente, caso de los neerlandeses con los españoles o de los ingleses con los franceses, un enfoque más secular de la política internacional se iba abriendo camino, especialmente entre unos valencianos avezados al comercio con otros pueblos. Tal actitud posibilitó las futuras alianzas de tiempos de Carlos II y de la guerra de Sucesión.

               Fuentes.

               Juan Bautista Vilar, Orihuela, una ciudad valenciana en la España Moderna, Tomo IV, Volumen III, Murcia, 1981.