UN REINO DESGARRADO. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

24.08.2022 13:38

 

                Los años de la década de 1450 fueron difíciles para el reino de Valencia. A comienzos del verano de 1450 la peste causó estragos en la capital y en otras localidades valencianas. La sequía resultó lacerante en enero de 1456, hasta tal extremo que los jurados de la ciudad de Valencia tuvieron que celebrar una procesión extramuros para invocar la clemencia divina. Las rentas no depararon por entonces los beneficios de otros años. Además, la violencia golpeó la vida de las gentes: mosén Navarro apresó gente para servir en su galera en julio de 1450, y en junio de 1453 los bandos de los nobles Guillem Ramón Centelles y Nicolau de Pròixida desgarraron la capital. El rey Alfonso el Magnánimo no abandonó Nápoles, pese a las súplicas de retorno en enero de 1451. Además, el gobernador del reino, el conde de Cocentaina, marchó a sus dominios del valle de Elda en 1456.

                La inquietud cundió entre las gentes, agravándose la tensión entre cristianos y musulmanes. En julio de 1450 se quemaron públicamente a dos musulmanes, uno acusado de blasfemia y otro de bestialismo. La entrada a comienzos del año siguiente en tierras de Murcia, dividida en feroces bandos, del sultán de Granada junto a Alonso Fajardo inquietó a las gentes de Orihuela. Entonces se temió que muchos mudéjares abandonaran el reino con los granadinos, al modo de los del valle de Ricote, o se alzaran contra unos castigados cristianos. Se dijo que sus profecías les anunciaban el fin de la dominación cristiana y el retorno de las tierras del reino a sus manos.

                El 29 de mayo de 1453 cayó Constantinopla en manos turcas, y la conmoción en la Cristiandad fue notable. A comienzos de 1455 el caballero griego Juan César pudo dar cuenta de sus padecimientos a las autoridades valencianas, pues pedía ayuda para pagar el rescate exigido por el sultán otomano por la libertad de sus dos hijos y sus dos hijas.

                En este ambiente enrarecido y saturado de miedo, se asaltó la morería de Valencia. Los jurados dieron cuenta al rey de lo ocurrido el 7 de junio de 1455. El ataque por los jóvenes del día de la Trinidad, que exigieron la conversión forzosa de los musulmanes, fue frustrado por las autoridades, pero no el más multitudinario del Corpus, cuando se esparció el rumor que los musulmanes iban a irrumpir en Valencia.

                El golpe resultó brutal, y no pocos abandonaron la ciudad huyendo del castigo. En la primavera de 1456 los ánimos todavía no se habían sosegado, temiéndose nuevos disturbios alrededor de la Semana Santa. Ni el rey de Navarra (lugarteniente de su hermano el Magnánimo) ni el gobernador se encontraban entonces en la capital. En el invierno de 1457 los almogávares granadinos prosiguieron aventurándose por tierras valencianas, ofreciéndose por ellos recompensa vivos o muertos, ya que se les consideró instigadores de la furia de los mudéjares. Desde el verano de 1455, la guerra emprendida por Enrique IV de Castilla contra Granada había sido vista con esperanzas por las autoridades valencianas. Finalizaría sin pena ni gloria en 1458.

                Un 27 de junio de 1458 murió Alfonso el Magnánimo en Nápoles, pero sus súbditos valencianos prosiguieron enfrentándose solos a los mismos problemas. A 19 de agosto de aquel año se deploraría que Villajoyosa pudiera ser separada del real patrimonio, al ser pretendida por la orden de Santiago, pues permitiría que almogávares y corsarios hicieran de las suyas en un tramo estratégico de la angustiada costa valenciana.

                Fuentes.

                Agustín Rubio, Epistolari de la València medieval (II), Valencia-Barcelona, 1998.