UNA LIBERTAD DE TIEMPOS FORALES. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

29.09.2022 16:01

 

                La victoria de los borbónicos en la guerra de Sucesión supuso el final de las instituciones propias del reino de Valencia, que quedaría subordinado más estrechamente a la autoridad real. Las nuevas formas de gobierno se implantaron con el despliegue de un importante ejército, y el mando en un buen número de localidades recayó en oficiales de alta graduación, algunos con formas y maneras poco corteses con los nuevos ayuntamientos de regidores.

                La fortificada Peñíscola, de singular valor estratégico, fue gobernada desde octubre de 1705 por el veterano militar don Sancho de Echevarría, que aguantó contra viento y marea los ataques de los partidarios de Carlos de Austria. Hombre polémico, de fuerte carácter, gozó de la protección y el reconocimiento de sus superiores, pero no del afecto de sus gobernados. A comienzos de 1716 se vio envuelto en una importante controversia con los comerciantes ingleses.

                Desde hacía décadas, aquéllos compraban y cargaban vino del territorio de Peñíscola. La hostilidad entre la España borbónica y Gran Bretaña no había aniquilado tales comienzos, y pasadas las hostilidades parecían bien dispuestos a reverdecer. Sin embargo, Raymond Shallet y James Blankey se quejaron airadamente del proceder del gobernador Echevarría.

                Había impuesto, como si fuera una regalía, un impuesto de uno a más de dos pesos por cada pipa de vino. A tal fin, había obligado a algunos a entregar el vino comprado y a punto de embarcar. Con ímpetu, para hacerse obedecer, había apresado a uno de los criados de Shallet y Blankey. Además, se había entrometido en la libertad de contratación al fijar los precios del vino, algo muy perjudicial para los mercaderes ingleses.

                La queja trascendió y fue atendida por la Junta de dependencias y negocios de extranjeros, que trataba de ofrecer una imagen de orden y cohesión de la nueva España borbónica. En atención a los servicios prestados por Echevarría, se disculpó su celo al final. También se invocó que tenía la facultad de comprar víveres para abastecer a las tropas que se habían dirigido a Barcelona.

                Todo quedó al final en agua de borrajas, pero al menos se defendió entonces la antigua libertad de los cosecheros y comerciantes a la hora de negociar, la antigua libertad asociada a los tiempos forales.

                Fuentes.

                ARCHIVO HISTÓRICO NACIONAL.

                Estado, 617, Expediente 2.