UNA MUJER ACAUDALADA EN UNA VILLA COMERCIAL Y MARINERA.

04.01.2017 17:57

                

                En el primer tercio del siglo XIV la población cristiana había echado raíces en el reino de Valencia, acrecentado territorialmente en 1308 hacia el Sur con la incorporación de localidades como Alicante, Elche y Orihuela. Los repobladores se habían mostrado activos y las actividades económicas alcanzaron un cierto auge. Los problemas de abastecimiento y la amenaza de la Granada nazarí y sus aliados no impiden hacer un balance positivo a la altura de 1333 para el caso alicantino.

                Algunas de las cláusulas del testamento de doña Guillermina Parellada nos permiten hacernos una idea cabal de lo enunciado.

                Era Guillermina una mujer acaudalada y respetada, una figura muy característica de las tierras que se ganaron a los almohades y sus epígonos en el siglo XIII. El fuero alfonsí de Alicante, adopción del de Córdoba y más tarde aplicado en Orihuela, reconocía a las féminas una nada menospreciable personalidad jurídica para su época. En caso que sus maridos tuvieran que ausentarse de Alicante en tierras de ultrapuertos, podían responsabilizarse de sus deberes caballerescos de asistencia militar.

                Heredera de la señora Escrivà, otra mujer de fortuna que no dejó hijos que le sobrevivieran, la recordó con respeto en tres grandes aniversarios o ceremonias religiosas a celebrar en el templo de Santa María, la principal iglesia de la entonces villa de Alicante. A las celebraciones por Cuaresma y Pascua de Pentecostés, momentos de gran relevancia para la religiosidad penitencial medieval, se añadieron el de San Andrés, celebrado el 30 de noviembre (a las puertas del invierno), y el de San Juan. Tales aniversarios fueron una muestra inequívoca del parentesco ceremonial de la época, que a veces cumplió la función del sanguíneo.

                Creyente fervorosa, Guillermina no se quedó atrás y encomendó nada más y nada menos que nueve aniversarios en forma de misas de réquiem en la misma Santa María. Tales misas por el alma de la difunta reflejaron tanto una circunstancia personal como la mentalidad coetánea. Desconocemos quiénes fueron sus herederos o si tuvo descendencia directa, pero da la impresión que no. De todos modos, en el Alicante de comienzos del siglo XIV la piedad del Purgatorio, alumbrada en el XII, ya se encontraba plenamente arraigada. Los repobladores se desplazaron bien provistos de sus creencias, lo que de paso ayudó a crear un ambiente familiar a los recién llegados. La llamada frontera hispánica tuvo mucho de afirmación sobre un medio cultural distinto del cristiano.

                Guillermina confió el cumplimiento de su testamento a sus albaceas, especialmente a Miquel del Bosc, que debía proceder con mesura y respeto por las cláusulas. Podía ofrecer a los presbíteros de Alicante doce dineros por cada misa, pero el vicario de la misma y el obispo de Cartagena no podían imponer mayores obligaciones. En aquella sociedad de órdenes  los clérigos no podían saltarse a su voluntad ciertas normas. La preferencia por el clero local, más allá de algún patriotismo incipiente, emanaría de tal imperativo, lo que a medio plazo teñiría la práctica religiosa de un claro localismo.

                Los legados piadosos no surgieron de la nada, ya que una serie de bienes los respaldaron. En Alicante ya se había verificado la separación del agua de regadío del terrazgo, rasgo de origen discutido, capaz de animar los negocios especulativos como de crear problemas de escasez a los cultivadores menos favorecidos.

                Guillermina dispuso, al menos, de tres hilos de agua de la huerta alicantina, un feraz espacio en el que todavía trabajaban algunos renteros mudéjares. Se inclinó por darlos a censo a otros particulares. Hasta bien entrado el siglo XIX estuvo bien visto que las viudas o las mujeres de posición vivieran de rentas, lo que a veces las convirtió en importantes inversoras, no siempre acompañadas por el éxito.

                El primero fue acensado a Francesc d´Altet, que tenía que satisfacer 30 sueldos por San Miguel, día de gran significación para las labores agrarias, especialmente en un Alicante en el que la viña ya alcanzaba una gran relevancia. A los vinos se sumaban productos como las pasas, bien acogidos en los mercados del resto de la Corona de Aragón. Gracias a los mismos, los alicantinos consiguieron fondos para comprar el cereal que les faltaba. Francesc formaba parte de un linaje que alcanzaría una gran relevancia en la localidad en los siglos siguientes como ciudadanos honrados.

                Otro hilo se acensó al mercader valenciano Bernat Conill, lo que acredita el interés que este espacio de agricultura comercial tuvo para hombres de negocios forasteros. Las actividades de los comerciantes valencianos sobrepasaron entonces los límites estrictos del reino con grandes beneficios. El mismo Bernat se mostró dispuesto a pagar hasta 70 sueldos a Guillermina, también por San Miguel.

                Al igual que los herederos de don Bernat Ciscar por un tercer hilo, acensado por 60 sueldos. No cabe duda que Guillermina supo codearse con los prohombres y negociantes del Alicante de su tiempo, que brindaba evidentes oportunidades de enriquecimiento por sus recursos y ubicación en las rutas mercantiles.