UNA PLAZA DE ARMAS DE LA MONARQUÍA HISPANA, VINAROZ. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Las obligaciones militares formaron parte de la vida cotidiana de los vecinos de la villa de Vinaroz durante la época de los Austrias. Formaba parte de una de las encomiendas de la orden de Montesa, pero disponía de su propio gobierno municipal. Acostumbrado a guardar los cercanos Los Alfaques y a combatir las incursiones de las naves otomanas, su vecindario recibió los elogios del cronista Rafael Martí de Viciana a mediados del XVI por su organización de cuño militar, apercibimiento y disposición, de las mejores del reino de Valencia en su opinión. Protegida por un muro con torres y baluartes, fortalecido por un foso en la peña, la villa albergaba una comunidad de comerciantes, navegantes y pescadores de singular valor. Era, además, una valiosa escala en la costa mediterránea.
El peligro provino hasta 1640 del Mediterráneo. En 1627 su hueste consiguió hacerse con el dominio de una tartana musulmana bien provista de armamento, lo que no dejó de suscitar serias dudas sobre el reparto del botín. En la villa no se bajó la guardia, recibiéndose pólvora desde Alicante en 1632.
Sin embargo, las cosas se complicaron sobremanera con la insurrección catalana contra la autoridad de Felipe IV, especialmente cuando los franceses hicieron causa común con los sublevados. Vinaroz, tan cercana a Cataluña, se ubicó con mayor intensidad en una verdadera frontera o área de guerra de la Monarquía. Su valor estratégico se acrecentó, pues por su puerto transitaron las tropas procedentes del Rosellón y de otros puntos en 1640. Un contingente de unos cuatro mil soldados irlandeses al servicio de Felipe IV pasaron por aquí en 1653. El alojamiento de los soldados resultó lesivo para un sobrecargado vecindario. En el hospital militar se atendió a muchos, algunos afectados por la temida peste, que golpeó el territorio entre 1648 y 1651.
Es normal que en aquellas circunstancias las autoridades reales pretendieran mejorar las condiciones portuarias vinarocenses. Se pensó en construir una dársena para cincuenta galeras. Además, en 1643 se solicitó la construcción de un baluarte de defensa de su playa. Ya en 1640 las autoridades reales ordenaron a las embarcaciones portuguesas que navegaran hacia Valencia que se dirigieran a Vinaroz.
Al ser base naval y lugar de tránsito de tropas, la villa se convirtió en sede de pagaduría, circulando buenas cantidades de moneda, que tuvieron que ponerse a buen recaudo ante la amenaza de la armada francesa en 1641. La plaza también sirvió para abastecer a las tropas que se desplegaron por tierras aragonesas en la campaña de 1645. Vinaroz, por ende, se erigió en un punto importante del sistema logístico de las fuerzas hispanas, en la que se emplazó desde 1642 una junta de guerra para supervisar la defensa de Tortosa y Tarragona, en manos de los partidarios de Felipe IV.
Sin embargo, las tropas francesas y de sus aliados catalanes, comandadas por el general Marchin, tomaron Tortosa en el verano de 1648, lo que ocasionó no pocos quebraderos de cabeza a los vinarocenses. Sus tratos comerciales y sus tareas agrícolas padecieron una seria perturbación, agravada por las incursiones enemigas. Quien caía prisionero debía pagar rescate, al igual que por sus acémilas. Los acrecentados gastos, junto a la inseguridad, hundieron el crédito, incrementaron la deuda y redujeron los ingresos fiscales. En agosto de 1649 se temió que Vinaroz cayera de resultas de un ataque francés, que alarmó enormemente a los vecinos y a las autoridades valencianas.
En el otoño de 1650, las fuerzas hispanas, con el marqués de Mortara a la cabeza, consiguieron expulsar de Tortosa a los franceses. Un reino de Valencia todavía herido por la peste contribuyó en la medida de sus posibilidades, disparándose los gastos extraordinarios de Vinaroz entre 1648 y 1655. Las circunstancias de la frontera militar impusieron una severísima factura.
Fuentes.
ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN.
Consejo de Aragón, Legajos 0288 (080), 0567 (007 y 010), 0872 (121) y 1355 (038).