AYORA, VIOLENTADA (1644-48).

05.06.2022 12:22

               

                La villa de Ayora vivió un tiempo de gran violencia a mediados del siglo XVII. Desde 1603, al menos, sus gentes (cuantificadas en unos novecientos vecinos) se habían dividido en dos bandos o parcialidades, que pugnaron tenazmente por el poder local. Legalmente, la villa era de señorío, y en 1648 rendía pleitesía al distante duque del Infantado. Sin embargo, quienes controlaban verdaderamente Ayora eran unos grupos oligárquicos que no retrocedían ni un ápice en el uso y abuso de la brutalidad.

                Sus prohombres estaban acostumbrados al manejo de las armas. En la campaña contra los moriscos de Cortes destacó como capitán de su hueste don Diego Pérez Buytrón, de un linaje que daría mucho que hablar. Su descendiente don Pedro estuvo en buenas relaciones con su primo Juan Costa (de la repoblada villa de Zarra), don Berenguer Pérez Pastor (el Mayorazgo), don Juan y don Marcos Alonso o don Bartolomé Bolínchez.

                Este círculo tuvo a su servicio a una serie de tipos sanguinarios, duchos en el manejo de escopetas, carabinas y pistolas. Descollaron los hermanos Juan y José Alcocer (de la mencionada Zarra), Martín Muñoz (de Teresa),  Juan Sánchez el Soldado, Francisco de Nieves, Cosme Aparici, Mateo Vallés, Tomás Cerdá, José Maluenda, Sebastián del Olmo, Alonso Muñiz, Juan Martín, Francisco López, Vicente Ortí o Pedro de Iniesta. Entre 1644 y 1647 impusieron su ley particular a sangre y fuego en aquellas tierras. Obligaron a los vecinos de Ayora a cerrar las puertas de sus casas antes de la anochecida. Convirtieron aquella parte del reino de Valencia en una verdadera frontera necesitada de pacificación, y emprendieron temibles incursiones contra sus enemigos en territorio de Castilla.

                No contentos con formar cuadrillas de hasta quince bandoleros, los prohombres de Ayora recabaron los servicios de un afamado forajido del reino de Valencia, Pedro Cholvi. Mientras las deudas agobiaban la hacienda municipal, la repoblación de las tierras de las que habían sido expulsados los moriscos les había proporcionado una buena oportunidad para acrecentar su fortuna. Sin embargo, no todos los repobladores se mostraron conformes en acatar su voluntad. Sufrieron, por ello, su particular justicia.

                Ordenaron escopetear a Pedro Lario en 1644, año en el que mandaron ejecutar a Bartolomé Moncada. Su domicilio en la castellana Casas Ibáñez fue quemado, él fue escopeteado y sus orejas cortadas para ser mostradas a los de don Pedro Pérez Buytrón. En 1646 también se ajustaron cuentas con Pedro Hernández el Estudiante, con don Pedro Cardona Pastor a la puerta de su domicilio en Ayora, en la castellana Carcelén con Julián Gómez o en Cieza con don Ginés de Buitrago el Mayor. El cura párroco de Liétor fue igualmente asesinado. El refugio en Castilla no salvaba de su mortífera cólera, ni de lejos.

                La paz en el camino real de Ayora a Fuente la Higuera, tan importante para el reino, se vio quebrantada. Al vecino de Ayora Pedro Martínez, natural de Castilla, lo asesinaron a escopetazos. Le robaron asimismo un macho y unas piezas de estameña, que condujeron a la casa de Juan Martínez Tena en la villa. Vendieron el macho en Castilla y las piezas en distintos lugares del reino de Valencia, con beneficio de 300 escudos. Cuando Juan de Medina exclamó su descontento afirmando que no se consentiría a los ladrones, cayó apuñalado.

                La medida de la brutalidad de tales tipos la dio alguien como José Alcocer. En 1646 le cortó la cara con el cuchillo a la hija de Damián Ibáñez, y al año siguiente fue su propia esposa Catalina García de Ayora la que cayó bajo su puñal. No obstante, su “hazaña” más célebre fue el apaleamiento de Pedro Martínez de Teresa, a pleno mediodía ante la gente. Seguidamente, sacó su pistola, la amartilló y apuntó al golpeado Pedro, que murió apesadumbrado días más tarde.

                Sin embargo, la partida del bandolero Francisco de la Portilla les plantó cara. Para aniquilarla se recurrió a los servicios de las gentes de Cholvi por mandato de don Berenguer Pérez Pastor. El encargado de asesinar a Francisco fue Pedro Lloscos. Con la información dada por los hermanos Alcocer y Juan Francisco del Castillo Tena, consiguió matarlo a escopetazos en la vega de Ayora. Se le ocultó en la ermita de San Antonio, y se le retribuyó su fechoría en el mesón de Domingo del Moro. Para evitar que pudiera hablar de más, se le mató más tarde. La ley del silencio se mantenía por el momento.

                Las incursiones por Castilla, con todo, no salieron gratis, ya que el bandolero Sebastián Julín terminó apresado por la justicia real. Conducido a Madrid, confesó bajo tormento antes de ser ahorcado. La trama delictiva fue desvelada, pero solo se detuvo a los hermanos Alcocer, Juan Marín, Francisco López, don Bartolomé Bolínchez, don Marcos Alonso y don Pedro Pérez Buytrón. Este último fue conducido a Orihuela, aunque la declaración de epidemia de peste le permitió regresar a Ayora.

                La difusión de la enfermedad detuvo la acción de la justicia, que no pudo reemprender sus diligencias en las fronteras hasta que cesó el contagio en la ciudad de Valencia. En el invierno de 1648 la situación era extremadamente grave, y se quiso combatir el fuego con el fuego. El conde de Oropesa, virrey de Valencia, comisionó para hacer detenciones a Juan de la Portilla, el hermano del asesinado Francisco.

                El flamante comisionado virreinal no se anduvo con chiquitas, pasando por encima del inoperante gobernador del duque del Infantado, don Julián de Chavarrieta, y del baile don Diego Pérez Buytrón, el hermano de don Pedro. Embargó bienes, entró en las casas de los prohombres en busca de bandoleros, se burló de ellos en sus barbas y los humilló haciendo levantar a sus mujeres, algo intolerable en una sociedad de honor. Una compañía de bandoleros respaldaba su autoridad contundentemente. Con algunos de origen catalán, los acuadrillados de Juan de la Portilla llegaron a quitarle la vara a un alguacil.

                La justicia del duque del Infantado, don Rodrigo Díaz de Vivar Sandoval Hurtado de Mendoza, yacía en el lodo. Sus rentas apenas se percibían, y su gobernador y su baile habían sido conducidos presos a Játiva, cuyo justicia también acabó arrestado por el enérgico virrey. Desde su cuartel de Teresa, Juan de la Portilla permanecía atento.

                El del Infantado protestó ante el Consejo de Aragón, que ni desautorizó al virrey ni desairó a aquél. Se mantuvo el equilibrio de forma salomónica, en medio de una fuerte crisis política de la Monarquía hispana. A don Pedro Pérez Buytrón no se le permitió vivir en Ayora al ser acusado de promotor de banderías, pero sí a su hermano don Diego en calidad de baile, con fianzas. La declaración de peste en Játiva ya le había facilitado marchar de allí. Se recordó al virrey que primero se debían sustanciar y fulminar los procesos de ausencia y luego los de presencia en el verano de 1648, cuando Ayora todavía se encontraba conmocionada por tal estallido delictivo. El recelo de los magistrados de la Audiencia Real de Valencia hacia las cuestiones de orden de allí tardaría en desaparecer.  

                Fuentes.

                ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN.

                Consejo de Aragón, Legajos 0583, nº 002.