EL AÑO DE MOISÉS.

10.03.2016 17:10

                

                La historia del clima es cada vez más cultivada por los investigadores y seguida por los lectores. Sin caer en determinismos, sabemos que el estado de las temperaturas y de las precipitaciones condiciona la vida de las sociedades humanas, incluso de aquellas que ya se consideraban por encima de la naturaleza.

                Antes de la industrialización y del desarrollo de los transportes modernos, las etapas de sequía o de intensas lluvias abocaban a poblaciones enteras a la escasez y al hambre. Las malas cosechas disparaban el precio del grano y las protestas se encendían. En el reino de Valencia las autoridades locales trataron de paliar estas desgracias con la compra de granos, que se almacenaban en almudines, y regulando la venta del pan de la mejor manera posible.

                El estudio de la coyuntura económica nos ha conducido a considerar con más detenimiento el de las condiciones meteorológicas que presidieron los años de los que disponemos de noticias al respecto. A este respecto los apuntes de los dietaristas resultan preciosas, más allá del simple carácter anecdótico con el que se presentaban sus noticias hasta hace no mucho.

                En la segunda mitad del siglo XVII Ignacio Benavent compuso un dietario, del que obtenemos la noticia de las fuertes lluvias de septiembre de 1517.

                Refiere nuestro autor un episodio de precipitaciones de larga duración, de unos cuarenta días en los que no dejó de llover sobre la ciudad de Valencia. De mentalidad bíblica, el dietarista no se resiste a compararlo con el Diluvio de Noé. En circunstancias en las que el cielo ahogaba a las criaturas terrestres se invocaba la protección divina. Hoy en día las rogativas de todo género representan un valioso caudal de información para los historiadores del clima.

                Lo peor estaba por venir, cuando se notó la furia de la crecida de las aguas que descendían caudalosas desde la cabecera del Turia. Hacia el 21 de septiembre alcanzaron su nivel más alto, conmemorado en una piedra del convento de monjas de la Trinidad.

                La avenida se llevó por delante los puentes del Portal Nuevo, de Serranos, del Real y de la Mar. El de la Trinidad quedó muy dañado. Las aguas irrumpieron por la Puerta Nueva y la de Curtidores, inundando una buena parte de la ciudad. Muchos vecinos tuvieron que surcar en barcas las calles de Valencia. Se cuenta que un niño fue arrancado de su casa por la crecida, que irrumpió por la ventana, pero su cuna flotó milagrosamente por el Turia. El nuevo Moisés salvó la vida al final.

                Cayeron más de ciento cincuenta casas en todo este episodio de lluvias e inundación. En la del cura de San Esteban varias personas permanecieron dramáticamente atrapadas. Las monjas de la Zaidía y de la Trinidad tuvieron que ser rescatadas. Estas escenas recuerdan mucho a las actuales, en las que la modernidad tecnológica se ve anegada por diferentes extremos.

                En la segunda mitad del siglo XVII la meteorología se encontraba en ciernes y solo tenemos la fortuna de disponer de descripciones de situaciones de tiempo como las que acompañaron a la Armada Invencible en 1588. Para 1517 Benavent no contaría ni con un simple atisbo de ello, pero obtuvo buenas noticias sobre el particular, tan impresionantes que las juzgó dignas de figurar en su Dietario. Por aproximación, podemos sostener que se trató de una situación asociada al fenómeno de la gota fría, cuando un desprendimiento de aire frío en altura coincide con un Mediterráneo caldeado tras el estío, punto de arranque de intensas lluvias. Además, desde el siglo XIV los historiadores del clima detectan en varias regiones de Europa una etapa de veranos más lluviosos.

                La furia de la avenida coincidió con la noticia de la venida del joven rey Carlos I a las Españas. Las alegrías de los valencianos, que ya se prepararon para la celebración, quedaron literalmente ahogadas. Todo un presagio de futuras desgracias.