EL OBSEQUIO DE LUIS IX DE FRANCIA A VALENCIA.

14.03.2016 19:38

                

                En 1248 el rey Luis IX de Francia se embarcó en una nueva campaña de la Cristiandad contra los musulmanes, la Séptima Cruzada, cuyo primer objetivo no fue la conquista de Tierra Santa, sino de Egipto, la gran potencia islámica del momento. Luis fracasó en su empeño conquistador y llegó a ser cautivado. Cuando fue liberado no renunció a su empeño y se instaló hasta 1254 en la cruzada plaza de San Juan de Acre.

                Al final el futuro rey santo retornó a una Francia atenazada por los problemas, pero su espíritu cruzado no se extinguió. Murió frente a Túnez en 1270, en otra campaña que concluyó en derrota.

                Mientras tanto en Hispania las armas cristianas habían logrado importantes victorias frente a un imperio almohade en descomposición. Las fuerzas de Jaime I habían entrado en la ciudad de Valencia en 1238, convertida en la capital de un nuevo reino cristiano.

                En 1256 Luis IX donó a su catedral una preciada reliquia, una de las espinas de la corona de Jesucristo, la de su Pasión. Además de testimoniar el reconocimiento por la obra del Conquistador, Luis trataba de acercarse a Aragón en busca de un compromiso diplomático que lo alejara de la disputada Occitania, cuando todavía había presencia inglesa en Aquitania. En 1258 se alcanzó el tratado de Corbeil entre Luis IX y Jaime I, cuya hija Elisabet se casaría con el hijo de aquél, Felipe, como muestra de paz. A cambio de la negativa del Conquistador de no intervenir en el Sur del acrecido reino de Francia, muy criticada por algunos trovadores occitanos, Luis IX renunciaba definitivamente a su soberanía teórica sobre los condados de Cerdaña, Rosellón, Ampurias, Besalú, Urgel, Gerona o Barcelona, la Catalunya Vella que arrancaba de los carolingios.

                La espina causó una honda impresión en el obispo de Valencia Andreu d´Albalat (1248-76), que fue también canciller del Conquistador. Fundó un beneficio eclesiástico para acogerla, punto de arranque de una de las joyas de la catedral valenciana, la cámara secreta, cuyas pinturas han sido recientemente restauradas.

                Se trata de una cámara abovedada ubicada encima de la puerta de la sacristía, decorada con unas magníficas pinturas de estilo gótico lineal de fines del siglo XIII. En un muro de un metro y medio de largo se desarrollan en tres espacios diferenciados.

                A la izquierda se representa la flagelación de Jesús, que se encuentra atado a la columna del parteluz de la arquería pintada con primor. Sus torturadores son representados con realismo.

                En el centro nos encontramos unas imágenes de contenido simbólico menos evidente para el menos avezado. En la parte central del mismo se ubica el espacio de una urna rematado con un arco apuntado. Una tracería trilobulada orna tal espacio. En la parte superior del mismo dos ángeles reverentes mantienen el disco de la inmortalidad. El círculo solar, símbolo de la Eucaristía, figura encima de ellos.

                A la derecha retornamos a una imagen más narrativa, en la que Jesús purpurado padece las burlas como rey de los judíos ante la mirada de la autoridad civil. Ciñe la corona de espinas y empuña como cetro una caña.

                Las figuras están trazadas en negro y reciben colores terrosos, ocres y siena, simbolizando el sacrificio de todos aquellos que luchan por Dios, algo muy del gusto de Luis IX y Jaime I, dos monarcas con afanes cruzados.