EL OTRO CABALLERO DE LA TRISTE FIGURA.

23.04.2016 09:35

                

                En la biblioteca del bueno de don Alonso Quijano proliferaron los libros de caballería con generosidad. Inspiración de sus ardientes fantasías, sus volúmenes padecieron el auto de fe en el que tomó parte el señor cura, Pero Pérez. La obra que mayores elogios mereció, casi su salvación, fue el Tirant lo Blanch. Aunque su autor incurriría, según el quisquilloso sacerdote, en necedades merecedoras de la pena de las galeras (no de los honores de las galeradas como un ilustrísimo autor defendió), sus batallas y enredos amorosos en los que un caballero de carne y hueso comía, dormía, testaba y moría componían un lúcido pasatiempo, que sin lugar a dudas agradó a don Miguel de Cervantes, lector de la versión castellana de la obra, que se imprimió por vez primera en Valladolid en 1511.

                Muchos historiadores han conjeturado con razón que don Miguel no conoció al autor de aquella novela de caballerías, Joanot Martorell, pese a que entre octubre y noviembre de 1580 hizo estada en la bulliciosa Valencia a su retorno del cautiverio argelino. El Tirant había sido publicado allí noventa años antes. Desde 1473 llevaba funcionando la imprenta en la ciudad y en 1501 dio a la estampa su primera edición en lengua castellana, Repertorio de los tiempos.

                Al igual que Alonso Quijano, Joanot Martorell vivió en un tiempo de cambio social que no dejó de reverenciar las gestas de caballería. Joanot nació en Valencia en 1410 y murió en 1465 tras una vida azarosa de viajes a Inglaterra, Portugal y Nápoles y no escasas trifulcas más o menos caballerescas. A su muerte dejó un manuscrito que inició hacia 1460, según la crítica literaria, que pasó a su prestamista Martí Joan de Galba, que según algunos añadió pasajes de su propia cosecha al Tirant.

                La impresión que produce una vida como la suya a primera vista es la del fracaso del ideal caballeresco de la forma más clamorosa. Sin embargo, los varones que formaron el brazo militar en las Cortes valencianas carecieron de idealismo y su estilo de vida no resultaba por entonces nada anacrónico. Entre los siglos XIV y XV varios linajes de prohombres acaudalados aspiraron con éxito a la nobleza. Tal fue el caso de los Martorell.

                De orígenes catalanes, los Martorell tomaron plaza en la Gandía del siglo XIII. Entraron en las filas de los prohombres locales, encargados del gobierno municipal y atentos a los negocios financieros. Guillem Martorell pasó al servicio de la corte ducal y en 1374 alcanzó el título de caballero. En 1400 entró a formar parte de los servidores de la casa del rey Martín I, una trayectoria que prosiguió su vástago Francesc. Aquellos prohombres ennoblecidos aspiraron a convertirse en pequeños señores de tierras y de vasallos, al estilo de la aristocracia urbana de la Europa del Cuatrocientos. Adquirieron Faura y Almorig, que cambiaron en 1406 por Murla, que a su vez permutarán más tarde por la Vall de Xaló.

                De este tronco brotó el retoño de Joanot, que viajó en auxilio de su señor Alfonso el Magnánimo a Nápoles en 1454, casi un año después de la caída de Constantinopla en manos de los turcos otomanos. Su heroico Tirant la salvaría en la ficción para la Cristiandad, pero el Magnánimo no emprendió ninguna cruzada, pese a algunas declaraciones, y tomó el asunto con gran pragmatismo.

                En el fondo el caballeresco Joanot fue una víctima de sí mismo, como el propio don Quijote, más allá de su pertenencia a un círculo social concreto. No todos los caballeros valencianos se creyeron en la obligación de imitar los ejemplos de los héroes de la Antigüedad ni del loado San Jorge, encomiado con encendidas razones por el persuasivo San Vicente Ferrer, pese a declararse admiradores. Tampoco todos los hidalgos castellanos quisieron comportarse como el Amadís de Gaula. Esta ansia de aventuras, tan humano, convertiría a Joanot Martorell en otro Caballero de la Triste Figura y al experimentado Miguel de Cervantes en agradecido lector de las andanzas de Tirant.