EL SOLICITADO PREDICADOR DE CUARESMA.

26.10.2015 17:04

                En el mundo cristiano de los siglos XIII al XVIII la Cuaresma tuvo un significado muy especial, ya que era el tiempo del arrepentimiento de los pecados ante la inminencia de la muerte, claramente expresada en el Viernes Santo. El gozo de la resurrección y de la salvación sólo sería posible con la debida contrición de los pecados.

               

                El reino de Valencia se incorpora a la Cristiandad en un momento en el que las órdenes mendicantes y de predicadores pugnaron por combatir los males del siglo o de la existencia secular, particularmente en las expansivas ciudades. A tierras valencianas fueron llegando una serie de pobladores que fueron ocupando el espacio dejado por los musulmanes o poblando nuevos barrios y lugares, unos pobladores que no siempre llevaron una vida edificante y ejemplar. La ignorancia de aspectos importantes del dogma, la violencia, el juego y la prostitución estuvieron muy extendidos entre los inquietos repobladores del nuevo reino, que a veces cubrieron enormes distancias para alejarse de condenas y requerimientos legales.

                

                Esta sociedad acostumbrada a la violencia, en la que brotaron los almogávares, padeció el terrible periodo de hambrunas y epidemias de pestes que conocemos como la crisis de la Baja Edad Media. Escasamente informadas de los mecanismos de transmisión de la enfermedad, las autoridades lo atribuyeron a la ira divina ante los pecados cometidos. Las lucrativas tahurerías se clausuraron en más de un municipio y en alguna ocasión la desesperación condujo a estallidos de violencia contra los judíos, como en 1391. En los años siguientes el reino de Valencia vivió con el temor que la cólera se desbordara también contra los mudéjares, los lucrativos musulmanes de varios nobles y potentados locales.

                

                En este ambiente ganó peso la figura del predicador de Cuaresma, un religioso capaz de concitar los comportamientos virtuosos que evitaran la ira de Dios y de las personas. San Vicente Ferrer al frente de su compañía resultó paradigmático y sus buenos oficios fueron requeridos por distintos municipios.

                En el siglo XV, con la mala experiencia del Cisma de la Iglesia Católica, las propias autoridades locales se tomaron muy en serio la organización de la vida religiosa. Entre los prohombres que regían los municipios valencianos hubo familiares de sacerdotes, benefactores de instituciones religiosas y personas de conciencia que reclamaron un mayor peso dentro de la organización eclesiástica, lo que en ocasiones condujo a que colisionaran con el episcopado. Una de sus más importantes obligaciones anuales pasó por escoger al susodicho predicador.

                

                No se trató de una elección fácil. Los aspirantes a ocupar el púlpito de San Vicente Ferrer recibieron una buena dotación económica en no pocos casos, lo que llevó a los celos y las rivalidades entre las órdenes encargadas, especialmente si se emplazaban en la misma localidad. Los turnos anuales no siempre las aminoraron.

                La predicación fue resaltada durante la Contrarreforma, bajo el influjo del Concilio de Trento, como medida de catequización y control. Varios predicadores emplearon en tierras valencianas el castellano en el siglo XVII, lo que no dejó de provocar reacciones en ciertos sectores. Al fin y al cabo el predicador de Cuaresma propugnaba a través de sus sermones un modelo de vida e incluso de comunidad.