MOLINOS, RELOJES Y ESPÍRITU PÚBLICO.

30.05.2017 17:32

 

                El alba de la época moderna.

                En 1459 Joan Torres disponía de un molino de viento en el paraje de la Montañeta de Alicante, hoy dentro de la trama urbana de la ciudad, y en 1465 se reparó la torre del reloj del castillo de Santa Bárbara, que ya disponía de piezas de artillería. Un nuevo tiempo, marcado por el deseo de precisión y por la animación de la producción, hacía acto de aparición en el horizonte histórico de los pueblos europeos tras la caída de Constantinopla en manos turcas.

                Los alicantinos no se sulfuraron por el fin de la Segunda Roma más que otros, pero sí por la creciente importancia de la comunidad mudéjar de Monforte. Aliados con los prohombres de Orihuela, la acusaron de poner en peligro la seguridad de los cristianos y propusieron dispersarlos por otros lugares. Juan II de Aragón no se dejó convencer.

                La valiosa cosa pública.

                En el siglo XV se difundió en el reino de Valencia y en otros territorios de la Península el ideal de la cosa pública, sobre el que tratara con elocuencia a finales del anterior Francesc Eiximenis. Los distintos integrantes de una comunidad deberían de comportarse, según su rango, con honestidad hacia los demás, siempre bajo la mirada de Dios.

                El decreto divino de la paz, según este pensamiento, era una buena garantía de lograr riquezas, pero la codicia de bienes y honras la comprometía gravemente. Las banderías desgarraron muchas localidades.

                Se sostuvo entonces que si los dirigentes municipales eran escogidos entre un grupo seleccionado al azar, el de la sabiduría y bondad divinas, los altercados cederían. Tal fue la filosofía de la insaculación puesta por vez primera en Játiva en 1427 en tierras valencianas. El sistema gozó de los favores reales y en 1459 se comenzó a aplicar en Alicante.

                Buenos propósitos.

                Los linajes alicantinos más descollantes formaron una comisión para graduar a los aspirantes a justicia y jurados, dentro del saco mayor, y a almotacén, acequiero y clavario, del menor.

                Se determinó si el nombre de un individuo podía introducirse en uno u otro saco por votación de habas blancas y negras. Si se contabilizaban más blancas, pasaba al mayor. Ambos sacos con los nombres se guardaban en una caja en el archivo municipal para mayor seguridad.

                Cada 21 de diciembre, festividad de Santo Tomás, el consejo se reuniría en la iglesia de Santa María para que la mano inocente de un niño de diez años extrajera el nombre del justicia. En la vigilia de Pentecostés se haría lo mismo para los jurados y el acequiero, en San Miguel para el almotacén y el cuarto día de febrero para el clavario, al que se le exigían garantías económicas.

                Los escogidos no podían prorrogar el ejercicio de su oficio un año más y debían aguardar al menos dos años. Durante la espera, podían ser consejeros.

                El nuevo consejo se compondría de las referidas autoridades y dieciséis consejeros del saco mayor y ocho del menor. Todos debían poseer caballo y armas, al menos con una antelación de tres meses, si querían aspirar al gobierno local. Más que una disposición militar era un requisito de fortuna y de honorabilidad. Por entonces el ideal de la caballería no había decaído en la Europa cristiana, pese al creciente peso de la infantería y de las armas de fuego en los campos de batalla. Era muy valorado por las distintas aristocracias como símbolo de distinción.

                No se dejó de prohibir la coincidencia de miembros de la misma familia al frente de distintas responsabilidades municipales, algo que parecía muy difícil de cumplir tanto por la firmeza de los vínculos familiares como por el reducido número de participantes en el juego político.

                Una tozuda e insatisfactoria realidad.

                Si el 20 de abril de 1459 se promulgó la insaculación, el 18 de julio del mismo año el rey tuvo que atender las primeras quejas sobre su aplicación efectiva.

                Los graduadores Jaume Seva el Mayor, Lope Fernández de Mesa, Francesc Bugunyo, Pere Bonivern, Melcior de Vallebrera, Pere Pascual, Gaspar Rolf y Bernat Martí llenaron el saco mayor con nombres de menores de edad y de vizcaínos, franceses y portugueses ignorantes del idioma y de las costumbres locales.

                Pretendieron gobernar a través de testaferros y excluir a los aspirantes cualificados, según denunciaron Jaume Pérez y Jaume Esteve.

                Juan II tuvo que nombrar una nueva comisión de graduadores, compuesta por el representante del saco mayor Andreu de Seva, del menor el maestro de obras Miquel Luqués, Melcior de Vallebrera de los habilitadores y el síndico Joan d´Artès. El mismo 18 de julio se nombraron ocho graduadores o habilitadores nuevos.

                Modificaciones y suspensiones.

                El 6 de noviembre de 1461, por mediación de Joan d´Artès y Pere Pascual, se incluyó al almotacén en los oficios del saco mayor. Todos los responsables municipales pudieron nombrar lugartenientes a partir de entonces. Los jurados salientes se convirtieron automáticamente en consejeros al concluir su año de ejercicio. Cada dos años, el cuarto día de Cuaresma, se haría una nueva promoción de nombres a introducir en los sacos.

                Estas concesiones no evitaron las peleas y en 1464 Juan II confió una vez más en el baile de la gobernación de Orihuela la designación de los oficios alicantinos. En mayo de 1468 los prohombres de Alicante pidieron al rey enviarle cedas o nombres de candidatos al modo de lo practicado por el maestre racional de la ciudad de Valencia.

                Los problemas del rey de Aragón.

                En 1462 Juan II y la Generalidad catalana rompieron hostilidades. Enrique IV de Castilla apoyó al comienzo a la segunda y en 1463 Novelda y Monforte padecieron una incursión castellana.

                El señor de Guadalest también siguió el partido de Enrique IV. Tras la renuncia de éste como príncipe de Cataluña siguió al condestable Pedro de Portugal. Su sucesor Renato de Anjou promovió el corso y en 1469 se dio la alerta en Alicante ante su amenaza.

                Con una población que no sobrepasaba los 420 hogares, Alicante hizo un importante esfuerzo defensivo. Se gastaron 3.914 sueldos o más de 195 libras en las obras del castillo entre 1465 y 1467. El municipio a veces tuvo que endeudarse con familias como los Rebolledo, que regentaron la bailía y la alcaidía locales.

                Los fieles súbditos de Juan II.

                Los prohombres alicantinos no se sumaron a la oposición contra el rey de Aragón y se consiguió recuperar el sistema de elección por insaculación. En 1471 se escogieron los consejeros por parroquias. Los jurados eligieron junto a dos prohombres de cada una dieciséis consejeros por el saco mayor (ocho por parroquia) y ocho por el menor (cuatro en este caso).

                Melcior de Vallebrera y Guillem Bernat actuaron por la parroquia de Santa María y por la de San Nicolás Francesc Burgunyo y Pere Pascual. Este acuerdo impulsó la sindicatura extraordinaria de Guillem Bernat y Jaume Pascual, que el 9 de marzo de 1477 formaron parte de una comisión habilitadora  junto a otros prohombres. Sus decisiones tendrían una validez mínima de seis años.

                Dentro de la oligarquía alicantina, la coalición capitaneada por los Pascual se impuso a los Bonivern y los Çalort. Al círculo se incorporaron con éxito varias familias. Los Martínez de Vera procedían de la baronía de Cocentaina, sirvieron en las campañas italianas de Alfonso V y fueron bailes de Alicante. En 1475 adquirieron de los Fernández de Mesa el señorío de Busot, Aguas y Barañes. Los Rotlà, oriundos de la baronía de Planes, entroncaron con los Burgunyo y los Rebolledo. Los Lillo, de posible origen toledano, hicieron fortuna con el ejercicio de la notaría desde 1425.

                El ejercicio de las responsabilidades municipales, la actividad mercantil y el servicio a la monarquía ayudaron al encumbramiento de algunos. Desde este punto de vista, el nuevo tiempo no fue tan novedoso, pero su continuidad haría posible la promoción de la misma Alicante.

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